viernes, 7 de septiembre de 2012

Los Dictadores - Segunda Parte


En el Gulag se pasaba gran parte del tiempo solo, en la celda, en silencio. Escuchando solamente el ruido de las ratas recorriendo sus laberínticos túneles excavados en los gruesos muros de piedra. Este tiempo, en la celda, solía usarlo para dormir y pensar, pensar como había llegado a ese horrible lugar. Como un escritor de tres al cuarto sin exito había llegado a ser acusado de traición y condenado a pasar el resto de su vida en este Psijushka.

Sin duda, todo cambió cuando llegó a mis manos un paquete. Contenía cantidad de información de campos de concentración diseminados por todo el país, nombres, localizaciones, presos, todo información secreta. Cuando pasé la etapa de miedo atroz decidí hacer con esa información lo que mejor sabía hacer, escribir un libro.

Obviamente no podía utilizar todo ese material de manera literal, sino, al día siguiente que se publicara tendría a toda la policia y al ejercito del pais en frente de mi casa, pero la información que contenía sería la base de una gran novela.

El libro tuvo mucho éxito y los opositores al regimen lo interpetaron como homenaje a la gente que sufría en esos campos. Por desgracia y por mucho que me esforcé por enmascarar toda esa información real fui acusado de alta traición al regimen y condenado a pasar el resto de mi vida en unos de esos campos de los que había escrito.

No se si fue casualidad, pero unos días antes de que me trasladaran recibí la visita de un hombre cuyo nombre era Vladimir Bukovsky. Me dijo que lideraba el ejercito negro, un grupo rebeldes que se oponía a la opresión que el ejercito blanco ejercía sobre todas las personas del país, y que me necesitaba para llevar a cabo su plan. Su objetivo era tomar el campo donde me iban a mandar y liberar a todos los presos. Por supuesto acepté, ya lo había perdido todo. ¿que más podía perder?.

Los días que precedieron al ataque los pasé limpiado el patio, las celdas o trabajando en la mina. Sin duda los peores momentos eran cuando te mandaban a limpiar el patio. Debido a los experimentos, los suelos de los laboratorios estaban lleno de vomitos y excrementos. Además tenías que trabajar escuchando los gritos de dolor y agonía de los presos. Este era otro lugar en el que la gente solía saltarse el código de silencio. Yo no podía contar nada de mi, tenía miedo que se descubriera el plan, pero el resto de presos tenía una necesidad atroz de contar que le había llevado a esa situación.

Como Dentadura, un alto cargo político del antiguo regimen, antes de que el ejército blanco se hiciera con el poder. Le llamaban así porque en uno de los experimentos perdió todos sus dientes y los llevaba siempre consigo en un frasco. O, Manos rotas, un obispo, llevaba una mano vendada y nunca la usaba. Todos suponían que se la había roto. Pero también había gente anónima en el Gulag, que no era importante y que había sido encerrada durante la Gran Purga.

Quedaban pocos día para el ataque y me las había arreglado bien para cumplir mi misión: debilitar la zona por donde atacaría el ejercito negro. Entre los documentos que recibí había descripciones claras, entre otros, de este campo y de su mina. La zona que excavé daba directamente al acantilado por donde entraría los hombres de Bukovsky. Cuando los guardias se dieran cuenta ya sería demasiado tarde.

Supe que había llegado el día del ataque porque, como estaba previsto en el plan, un nuevo preso llegó al Gulag. El día caía y faltaba poco para que nos sacaran de la mina para llevarnos a las celdas. Entonces, se produjo una gran estruendo en la superficie, seguido de mucho ruido. Los soldados, incluso los que estaban con nosotros en la mina, fueron a ver que pasaba.

Yo aproveché, pico en mano, para separarme del grupo. Cuando estaba apunto de llegar a la zona por donde debía entrar el ejercito escuché un ruido. Temiendo que alguien me hubiera seguido me escondí, pero el ruido no se acercaba, así que fui yo quien se dirigió donde estaba el ruido. Cuando estaba más cerca, el ruido se convirtió en palabras, provenía de un pequeño espacio en la mina, más húmedo de lo normal donde se guardaban los explosivos.

Entré y me encontré a Cantor. Hacía tiempo que no lo veía. Se encontraba en el suelo, entre varios barriles de dinamita. No paraba de repetir, - el enemigo, el enemigo, está aquí, el enemigo está entre nosotros, el enemigo se acerca.-. Mientras deliraba, con un pequeño destornillador, a ciegas, apretaba lo que parecía un pequeño reloj, el problema es que no era un reloj. Entonces giró la cabeza hacia donde yo estaba y mirándome me dijo, - estábamos equivocados Ratón, luchábamos contra el enemigo equivocado-.


[continuará]

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