viernes, 26 de abril de 2013

La guerra en el tiempo: Orígenes - Capítulo 2


William Jacques Barnes se miraba en el impoluto espejo del cuarto de baño presidencial. Había superado los cincuenta y en su rostro apenas se dejaban ver unas pocas arrugas. Desde su primera campaña, sus asesores de imagen habían insistido en la idea de tintar su pelo plateado. Creían que eso le hacía parecer mayor y que aquello alejaría al crucial voto juvenil. El mismo que le dio la mayoría en su primer mandato. Despedir a Eric y a su panda de snobs había sido una de las mejores decisiones que había tomado. Pero ni por asomo había sido de las más difíciles.

Salió al exterior, disfrutando del espléndido sol que entraba a través de las ventanas del despacho oval. Sobre el enorme escritorio de caoba decimonónica, una pila de documentos e informes que aguardaban la aprobación presidencial. William se ajustó las gafas mientras ordenaba los pliegos en grupos: la crisis nuclear de Corea del Norte tendría que esperar si los del gabinete económico europeo volvían a reunirse con los embajadores chinos. Y luego estaba el frente local, claro: habían estallado nuevos disturbios en la frontera con Méjico desde el desastre de la planta nuclear de San Bernardino. Entonces recordó el conflicto canadiense. Llevándose los dedos a las sienes, William se despojó de las gafas y cerró los ojos. Al abrirlos se topó la mirada serena pero poderosa de su padre. “Big” Barnes senior lo contemplaba desde su retrato, colgado en un lugar de honor entre el de Kennedy y Obama.

Era imposible pensar en su padre y no rememorar lo ocurrido cuando apenas contaba con diez años. Iba a ser un fin de semana a lo grande, en "AmazingWorld". ¿Cómo imaginar que la noche antes de partir, aquel joven desequilibrado entraría en su dormitorio y lo raptaría mientras sus padres dormían? William sabía que muchos habían bromeado de forma cruel con lo ocurrido. Algunos panfletos y periodicuchos de la oposición habían mencionado al día siguiente de su elección como presidente que “aquel secuestrador habría pedido más pasta de haber sabido lo lejos que llegaría aquel muchacho”. Pero lo cierto es que aquel hombre misterioso no pidió rescate. William pasó la mayor parte de aquellas setenta y dos horas inconsciente, pero recordaba aquella cicatriz en su rostro. Era el rostro de un chico joven, de apenas dieciséis o diecisiete años. Poco más recordaba de todo aquello. Los médicos dictaminarían luego que el individuo empleó alguna clase de calmante exótico para mantenerlo aletargado.

Del misterioso joven que había iniciado aquel espectáculo, poco más se supo: la policía no consiguió encontrar gran cosa después de que la granja en la que se escondió ardiese hasta los cimientos. De todo aquel incidente, el resto del mundo sólo recordaría aquello que, por otra parte, era el único recuerdo claro que William tenía de todo aquello: el de su padre abrazándolo al salir del coche patrulla. Aquella imagen dio la vuelta al mundo y se convirtió en todo un icono. Muchos expertos aseguraban que aquella había sido la propaganda del millón de dólares que había permitido al senador por California convertirse en presidente en apenas tres años.

El desagradable pitido del comunicador sacó a William de sus pensamientos, devolviéndolo al presente. La voz de su secretaria le informó que Madeleine Sawnson quería hablar urgentemente con él. Como directora de la Agencia para la Seguridad Nacional que era, recibir a Sawnson sin cita previa era sinónimo de malas noticias. Muy malas noticias.

Estaba a punto de responder a su secretaria cuando William notó el dolor. Intenso y prolongado, a lo largo de su pecho. “Un infarto” – fue lo primero que pensó, llevándose las manos al torso. Entonces notó la sangre filtrándose a través de su carísima camisa de lino italiano. ¿De dónde demonios provenía toda aquella sangre, maldita sea?

El grito de sorpresa había bastado para que dos miembros del equipo de seguridad entrasen con sus pistolas en ristre. Uno se acercó al presidente William Jaques Barnes para comprobar su condición. El otro comenzó a llamar por su comunicador al resto del personal, dando órdenes de sellar el edificio.

Las sirenas habían comenzado a resonar por toda la Casa Blanca, cuando Madeleine Sawnson entró en el despacho junto al resto del equipo de seguridad. Más tarde tendría que dar un buen montón de explicaciones tanto al propio presidente como al gabinete de seguridad de la Casa Blanca: tendría que explicarles que el “prisionero cero” había sido extraído de las dependencias secretas de White Plains, Nuevo Méjico. Unas instalaciones que, al igual que su único ocupante, llevaban siendo materia de alto secreto desde hacía más de cuarenta años.

Sí, tendría que dar muchas explicaciones. Pero entonces, Madeleine vio la mirada de incredulidad del guardaespaldas que estaba junto al presidente. Había abierto su camisa para buscar el orificio de bala. El presidente se miró el sangrante pecho, con una mezcla de terror, dolor y total desconcierto. La fuente de la sangre no había sido un proyectil. Eran cortes, realizados con alguna clase de cuchillo y reproduciendo un mensaje corto y conciso: “TODO VA A CAMBIAR”.

Y fue entonces cuando William Jaques Barnes perdió el conocimiento.

viernes, 19 de abril de 2013

La guerra en el tiempo: Origenes - Capitulo 1


William Jacques Barnes se miraba en el espejo roto del maloliente cuartucho que hacía de retrete de ese pub. Apenas tenía 16 años pero el pelo blanco y las cicatrices que tenía en la cara le hacía parecer mayor. 

Cuando volvió a levantar la cabeza del lavabo, después de haber evacuado casi toda la cena, se quedó mirando la cicatriz que desde la frente hacia la oreja izquierda cruzaba su ojo.

Apenas tenía diez años, sus padres William y Sarah Barnes, le recogieron de la escuela. Ese fin de semana lo pasarían en el mejor sitio del mundo: El parque de atracciones “AmazingWorld” al sur de Los Angeles. La carrera política de William que recientemente había sido elegido gobernador por el estado de California no había permitido que le dedicara mucho tiempo a su familia y quería compensarlo. La próspera vida de la familia Barnes cambió radicalmente cuando su coche se salió de la carretera y chocó frontalmente contra un camión. Los padres de William murieron en el acto, él pasó varios meses en el hospital pero sobreviviría no sin secuelas físicas.
Oficialmente fue un accidente. Nadie pudo explicar porqué el gobernador Barnes perdió el control de su coche. La autopsia no reveló la existencia de ninguna sustancia que pudiera reducir las habilidades del senador para conducir. Nada en la carretera pudo producir el desvío del coche. En resumen ninguna prueba indicaba que hubiese sido un atentado. Tras salir del hospital William fue a vivir con unos tíos por parte de madre que vivían en un pueblo de Texas. Nunca se adaptó. Las peleas con su primos y compañeros de clase eran continuas y acabó escapándose, volviendo a Los Ángeles.
Usando su segundo nombre, Jacques, y con 14 años estuvo sobreviviendo durante un año en la calle hasta que conoció a un pequeño mafioso local, Luca Palmieri. Jacques tenía la habilidad para recordar calles, caras, nombres y conocía bien el barrio en el que trabajaba Luca. Este empezó a utilizarlo como correo.

Toda la habitación le empezaba a dar vueltas. Necesitaba tomar el aire. La atronadora música de la sala de baile hacía que sus oídos gritaran de dolor. Golpeándose con cada persona con la que se cruzaba Jacques consiguió salir al callejón al que daba la puerta de emergencia de la discoteca. Tras dar unos paso más, calló al suelo entre unos cubos de basura.

El ruido de gritos le despertaron. No sabía cuando había estado inconsciente pero era todavía de noche. Los gritos venían del interior de la sala. Jacques que permanecía oculto entre la basura levantó la cabeza y vio como dos policías vigilaban la puerta de emergencia. La pequeña siesta había hecho que le doliera menos la cabeza pero seguía con el estomago revuelto. No pudo evitar volver a vomitar lo que le descubrió ante los policías.

Sin pensarlo se levantó, todavía con las piernas débiles, y salió corriendo internándose en el callejón con los policías detrás reclamándole que se detuviera. Luchando contra los dolores en las extremidades salto un verja, atravesó la avenida Jackson, y se internó en el parque wellington. En condiciones normales habría despistado a los polis sin problemas, pero el alcohol y las drogas le hacía mella. Viendo que no podía deshacerse de ellos se escondió bajo un puente, con el agua por las rodillas. Escuchaba los pasos de los policías sobre el puente de madera. Las luces de sus linternas iluminaban las aguas del pequeño río que cruzaba el parque. Jacques apenas tenía fuerza para sostenerse en pie y sentía que en cualquier momento podía volver a caer inconsciente.

Entonces oyó un par de golpes sordos y vio como los cuerpos de ambos policías cayeron al río justo delante de él. Arrastrándose se acercó la orilla, allí le esperaba un hombre, de unos treinta años. Vestido con botas de cuero negras y un uniforme azul marino. Albino y con una cicatriz en el ojo izquierdo. 

Entonces, William Jacques Barnes, cayó inconsciente.

[continuará]

viernes, 12 de abril de 2013

La Septima Ola - Indice

- ¡Buenas tardes Unión! Soy Bill Billet. Están ustedes en Meridiano Cero, el más greatest programa de la NGS, que se emite en riguroso directo para todo el planeta. Hoy tenemos como invitado a Gary Gray, doctor y profesor en Historia de la conocida como Edad Contemporánea, si bien de contemporánea tiene ya poco, ¡Nooo! - Tras reírse de su propio chiste, Bill se gira sobre su flamante butaca roja mientras no deja de sonreír a cámara. Sus labios bioesculpidos hacen imposible que sea de otra forma - El profesor Gary está con nosotros para intentar aclararnos la razón, Why?, y posibles consecuencias del movimiento de tropas hacia Tierra Viva. Profesor, ¿Nos puede explicar qué es lo que está pasando exactamente? ¿Es acaso Tierra Viva una amenaza?

- Justo para responder a eso estoy hoy aquí Bill - El doctor se traba torpemente al repetir un dialogo ensayado mil veces en su cabeza. Su piel, negra como el carbón, le hace disimular los nerviosos goterones de sudor que caen por su rostro

Así comienza "La Septima Ola". Puedes leerlo siguiendo nuestro índice:

Primera Parte - http://loscuatromilcuatrocuentos.blogspot.com.es/2013/03/la-septima-ola-primera-parte.html


Esperamos que os guste tanto como a nosotros, ¡un saludo a todos!

La Séptima Ola - Conclusión


De haber seguido viviendo en su cúbiculo metropolitano, a aquellas horas el profesor Grey habría podido ver el “Meridiano Cero” en su pantalla de cristal líquido de cuarenta pulgadas. Habría podido escuchar la verborrea programada de Bill Billet que, entre muletillas de ensayado entusiasmo, anunciaría la buena nueva a todos los habitantes de la Unión.

El profesor Gary Grey salió de su choza de cáñamo, disfrutando de algo mucho mejor que cualquier imagen que pudiera escupir una pantalla de máxima definición. Sintió en su piel la brisa de un aire limpio, entremezclado con el aroma de las especias que bullían en la olla comunal. El resto de los miembros de la tribu se habían ya sentado en torno a la fogata, dispuestos a escuchar una nueva historia de labios del viejo “cuentaestrellas”. Gary paseó la vista por los rostros de los que desde hacía meses eran ya sus hermanos. Todos lucían malformaciones que a cualquier ciudadano medio de la Unión le habrían parecido atroces. ¡Sobre todo teniendo en cuenta lo asequible que era la terapia bioplástica!

Pero en “Tierra Viva”, los conceptos de la belleza – como el resto de las cosas – tenían otro sentido. Gary se acomodó entre “Cazador de Horizonte” y “Vigía en el recodo del Río”, dos de los mejores exploradores de la tribu. Gary lucía las mismas ropas de cuero curtido que llevaban los otros, y había pintado su rostro en un intento por integrarse en el grupo. Lo hizo pensando que ellos se sentirían más cómodos… pero no era así. Ellos le aceptaron desde el primer momento, a pesar de su aspecto inequívocamente distinto. Lo rescataron de los restos de la aeronave en la que viajaba. Curaron sus heridas, trataron la fiebre necrótica que le afectó durante las primeras semanas… y una vez se hubo recuperado, no le hicieron ni una sola pregunta. Ni quien era, ni a qué había venido. Nada. A los miembros de la tribu lo único que les importaba era que estaba a salvo. Y que habían encontrado a un nuevo miembro de su familia.

Gary había vivido durante toda su vida en la megalópolis de Neo-Washington. Había compartido las calles con otros cuarenta millones de habitantes, había caminado por avenidas repletas de personas. Su lista de “Friendcortex” alcanzaba los cinco ceros y su nivel de popularidad en “Twitvirtual” era de siete sobre diez. Cada cinco segundos, recibía a través de su Intercortex docenas de mensajes de lectores, colegas de profesión y supuestos amigos.

Y sin embargo… tuvo que acabar perdido en el corazón de la más inhóspita jungla que el ser humano haya conocido para no sentirse solo. No era su objetivo, desde luego. Su intención había sido realizar un documental para revelar al mundo lo que estaba ocurriendo en “Tierra Viva”. Dominic, Forrest, incluso Nancy… todos sabían el riesgo que entrañaba la operación y que, incluso superando las barreras militares, podrían encontrar una respuesta hostil por parte de los nativos. Sin embargo, fueron las baterías antiaéreas de los laboratorios los que los derribaron y los que acabaron con sus vidas. El material de rodaje se perdió al igual que sus vidas, en el accidente.

Sentado allí, bajo el cielo estrellado y limpio como ningún ciudadano civil de la Unión había visto jamás; Gary cerró los ojos mientras escuchaba las palabras del viejo sabio, narrando antiguas leyendas en una lengua que apenas había comenzado a medio entender. En las semanas siguientes a su recuperación, los miembros de la tribu mostraron a Gary la realidad terrible y oscura que anidaba en “Tierra Viva”. Lo llevaron a la gruta de los Ancestros, donde se recogía la historia de las tribus. En aquellas paredes de roca viva, con pinturas rupestres, se recogía una cronología paralela a la que el propio Gary había esbozado en sus sofisticados ensayos de historiografía avanzada. Eran las crónicas de las seis olas anteriores. Ciclos de nacimiento, vida y muerte. Ellos, los habitantes de esta tierra, lo asumían como una cadena de sucesos natural, inquebrantable e inevitable. “La voluntad de los Dioses”, lo llamaban. Al principio, Gary trató de convencerlos de que aquello no era así: esos “Dioses” no eran más que seres humanos. Criaturas que usaban a “Tierra Viva” como campo de cultivo, recogiendo la cosecha que brotaba vigorosa… y que segaba aquellos brotes imperfectos.

Pero pronto Gary comprendió la sabiduría que anidaba en la impasibilidad de aquella tribu. A diferencia de sus primo-hermanos más beligerantes – aquellos con malformaciones mucho más pronunciadas y que se hacían llamar “Mutados” – ellos preferían disfrutar de la vida que les era dada. ¿Para qué alzarse contra los Dioses? ¿Para qué batallar una guerra perdida de antemano? Gary tardó en comprenderlo, pero acabó por verlo claro. Semanas, meses… viviendo como uno más del grupo. Siendo tratado como un igual. Sin temor al destino que estaba ya escrito.

Un rumor sordo resonó en el horizonte, interrumpiendo por un segundo la narración del viejo sabio. Todos miraron al cielo y vieron como éste adquiría unas tonalidades rojizas. Gary se sorprendió y empezó a buscar en su cabeza las palabras adecuadas para preguntarles sobre qué era eso. Entonces, notó la mano de su compañero de caza, “Cazador en el Horizonte”, que apretaba su hombro en gesto tranquilizador. Había notado el temor en Gary y le tranquilizó. Dijo que se trataba de “Gora Nahoa”. “El Fuego en el Cielo”.

Gary podría haber hecho el intento inútil de explicarles que aquello no era obra de los Dioses, sino de un componente llamado “plasma antimateria”. Pero habría sido tan inútil como hacer un documental sobre la atrocidad que la mal llamada Humanidad hacía para seguir adelante. Habría sido tan inútil como emitirlo en horario de máxima audiencia. Habría sido inútil porque no habría cambiado nada.

Durante mucho tiempo, Gary había creído que las olas habían sido extracciones, secuestros a gran escala. Pero se equivocaba. Esta séptima ola, como todas las anteriores, no había sido otra cosa que la labor de limpieza. Eliminar el código basura.

Sintió miedo durante un segundo, mientras veía como una auténtica ola de fuego carmesí lo consumía todo a su paso. Entonces, notó las manos de sus buenos amigos, que sostenían las suyas. En sus ojos no había temor. Y entonces lo comprendió. Gary supo por qué ellos no tenían miedo. Habían vivido junto a las personas que habían querido. Y abandonarían este mundo junto a ellos. ¿Qué más se podía pedir?

Y así, la séptima ola consumió los restos imperfectos de la sexta cosecha.

viernes, 5 de abril de 2013

La Septima Ola - Tercera Parte



…La cabecera de la NGS presentaba una noticia de última hora en la que se podían ver imágenes del magnificente recibimiento que La Unión había preparado en la plataforma de lanzamiento de Downtown City. De unas grandes naves descendían los que durante años fueron habitantes de Tierra Viva: unos salvajes que recibían el popular nombre de “los hermanos lejanos”. Eran seres humanos pero con unas formas muy estilizadas, tanto que incluso por televisión podían verse a los soldados desfilando con el entrecejo recelosamente fruncido. Mientras, en la tribuna, el presidente comentaba en privado para algunos micrófonos: “Estos hombres vivían en un estado primitivo y gracias al esfuerzo y sacrificio de muchos hombres buenos hemos conseguido salvarlos. Es el mayor despliegue de recursos de nuestra generación. Deberíamos estar orgullosos de la Unión. Bienvenidos. Bienvenidos a vuestra nueva casa.” El comensal de la tribuna aplaudía al desfile y a los recién llegados mientras la cabecera se desvanecía lentamente…

NGS

- ¡Ya lo han visto damas y caballeros de la Unión! En exclusiva para Meridiano Cero, la noticia  más boom del momento. Too bad si no ha llegado a tiempo para verlo porque me dicen por el pinganillo que su vecina si lo ha hecho. ¡Juas! – Pero dont worry, tenemos un invitado de lo más  amazing que les pondrá al día sobre el tema. ¡Cool!  Démosle la bienvenida a nuestro nuevo amiguito con un fuerte abrazo. - Bill Billet se levantó efusivamente de su sillón rojo para abrazar a un hombre realmente curioso que hacia su entrada en el escenario. Se parecía a uno de los tantos que habían bajado hace un momento de las naves. Su piel y su vello corporal era de un color negro intenso, casi eléctrico. Sus dientes y sus ojos tenían un color blanco puro y su estilizada figura media casi dos metros. Era difícil distinguir donde había hueso y donde músculo debido a la voluptuosidad de todos ellos. El abrazo parecía incomodarle, pero resistió el envite lo mejor posible. – Bienvenidos a La Unión. ¡Aloha! – Los labios de Bill Billet  no paraban de sonreír mientras ambos tomaban asiento. – Bueno bueno bueno, por qué no empiezas diciéndonos cómo te llamas para que La Unión sepa quién eres? – dijo Bill señalando la cámara principal con la palma de su mano.

- Ho… hola. Hola a todos. Mi nombre es Rupert. Eh… -

- ¡Hello Rupert! – Dijo Bill elevando el tono de voz. – Rupert viene ni más ni menos que de Tierra Viva. Wow! ¿Que tal el viaje, Rupert? Eres muy grande… –

- Bien… bien gracias. –

- Rupert cuéntanos, lo habéis tenido que pasar fatal todo este tiempo allí tan solos. ¿Cómo os relajabais? ¿Veíais Meridiano Cero a la hora de cenar? – Bill miraba a Rupert con cara angelical dando la respuesta por sentada-.

- No, eh… en Tierra Viva no… no teníamos televisión.- El público dejó escapar un murmullo de asombro. Bill siguió el juego abriendo exageradamente la boca y los ojos.

- ¿¿¿Whaaaaat??? Unbelievable ¿verdad que si? – Bill se dirigía a cámara constantemente – Que retro. Es como viajar en el tiempo. Como un cuento. Dinos más cosas Rupert. Algún secreto. Háblanos de Tierra Viva… –

-  Bueno… - A Rupert no le salían las palabras con facilidad. – Hace ya mucho tiempo que yo y mi pueblo estamos en Tierra Viva. Allí… en lo más profundo. Allí nací yo. Y mi padre. Y el padre de mi padre... Siempre hemos vivido allí, protegidos. Esa tierra es lo único que conocemos. Es un lugar peligroso pero es nuestra casa. De sus árboles comemos, de sus ríos bebemos. Un sitio… maravilloso. -

- Uy uy uy… Peligroso… Eso es muy excitante, Rupert. ¿Qué clase de peligros hay allí? -

- La Tierra… sus animales… por su forma de ser, o cuando algo les incomoda… se sienten atacados y reaccionan mal.-

- Entiendo Rubert, oki doki. Vosotros habéis vivido el conflicto más intensamente que nuestros televidentes. La Tierra se enfada y upsssss… sayonara baby.

- Algo así… Si… Estábamos de expedición buscando alimentos. Había sido un viaje difícil y queríamos volver a casa. Fue entonces cuando encontramos… algo. Algo que hacía mucho ruido, que volaba, que rompía los arboles. Nos asustamos. Quería hacernos daño. Entonces los… soldados de La Unión aparecieron. Nos… nos rescataron. Les dijimos que había más de los nuestros en otra parte de Tierra Viva y los soldados se ofrecieron a ayudarnos. Fue entonces cuando los enfrentamientos... se hicieron más intensos… más frecuentes…

- Esa criatura tan macabra, tan horrible… tan seductora… Debió ser muy duro para vosotros, Rupert. -

- Una guerra es algo… indescriptible. Pero esta vez… eran las mismas criaturas, la propia tierra la que nos atacaba. Aquello… tenía que ser controlado de alguna forma. Yo no paraba de preguntarme “¿qué le pasará a mi gente?”- Los ojos de Rupert se abrían y cerraban como controlando las emociones. -

- Algunos hombres locos dirían que ya no hay vuelta atrás. Que Tierra Viva ya no es lo que creíamos. Que nos odia. – Bill tocaba el brazo de Rupert como consolándole. Rupert comenzó a llorar desconsoladamente.

- Ya… ya no… Tierra Viva no… -

- Ohhh… lo sé amigo. Pero ahora tenéis una nueva casa y un gran futuro por delante. – Bill puso toda la carne en el asador para el clímax del programa.- Ese bicho gigante ya está para el museo. Tierra Viva ya no os molestará más. ¡Ciao, ciao! – Bill se dirigió ahora a la cámara principal, sediento de protagonismo. - ¿No es así hermanos? Porque ahora somos todos hermanos. !!Yupiii!! Un problema convertido es una solución. - Bill bajó el tono de voz como si le estuviera hablando a un niño. – Ya ya… vamos Rupert, oh… anímate… Tenemos que recibir a nuestro siguiente invitado. ¿Sabes que trabaja ni más ni menos que para los Laboratorios Phrma? Nos va a hablar de un producto revolucionario: El reconstituyente “Gente Viva”. Pero me dicen por el pinganillo que todo eso será después de la pausa… No se vayan. ¡Hasta pronto Unión! –

En ese mismo momento, a muchos kilómetros de allí, cerca de la costa de Norte de Tierra Viva, columnas de humo de varios colores llenaban el cielo y el horizonte. Bajo el incienso de productos químicos se encontraban los restos de una de las bases de Laboratorios Phrma reducidos a cenizas y escombros. En el interior, unas metalicas y brillantes formas sobresalen la maleza, desafiantes. Arriba en el cielo, en la cubierta de la Nave Nodriza Fuerza 1 del 1er Batallón de Asalto de las Fuerzas de la Unión, dos figuras importantes observaban el panorama: el General Llujmeh y Teniente-Coronel Svekinski. De fondo, una vista espectacular de la playa. Habían venido a ver el terreno personalmente. El Teniente-Coronel había usado toda su carisma para convencer al General pero a pesar de sus intentos no era capaz de reducir su euforia:

- ¿Cree que es seguro atacar de frente a esos mutantes, Señor? Ya ha visto de lo que son capaces. -

- Tengo ojos en la cara Teniente, gracias. Este será el mayor despliegue de tropas que vamos a vivir. Un sueño hecho realidad. Ya verás qué ejemplares para el salón.- Por la cubierta entró el Teniente Zuk con una llamada del presidente para el General. - Si, si. En seguida Señor Presidente. – El General Llujmeh colgó el teléfono y esperó a que el Teniente Zuk volviera a su puesto para dirigirse en tono solemne a su mano derecha. - Teniente Coronel Svekinski, avise a las tropas que comienza la “Operación Séptima Ola”. En breve recibirán las órdenes pertinentes. –

El Teniente-Coronel acató la orden recibida y desapareció por el puente de mando con un mal presentimiento en su cabeza. Un presentimiento que le helaba la sangre.