viernes, 12 de abril de 2013

La Séptima Ola - Conclusión


De haber seguido viviendo en su cúbiculo metropolitano, a aquellas horas el profesor Grey habría podido ver el “Meridiano Cero” en su pantalla de cristal líquido de cuarenta pulgadas. Habría podido escuchar la verborrea programada de Bill Billet que, entre muletillas de ensayado entusiasmo, anunciaría la buena nueva a todos los habitantes de la Unión.

El profesor Gary Grey salió de su choza de cáñamo, disfrutando de algo mucho mejor que cualquier imagen que pudiera escupir una pantalla de máxima definición. Sintió en su piel la brisa de un aire limpio, entremezclado con el aroma de las especias que bullían en la olla comunal. El resto de los miembros de la tribu se habían ya sentado en torno a la fogata, dispuestos a escuchar una nueva historia de labios del viejo “cuentaestrellas”. Gary paseó la vista por los rostros de los que desde hacía meses eran ya sus hermanos. Todos lucían malformaciones que a cualquier ciudadano medio de la Unión le habrían parecido atroces. ¡Sobre todo teniendo en cuenta lo asequible que era la terapia bioplástica!

Pero en “Tierra Viva”, los conceptos de la belleza – como el resto de las cosas – tenían otro sentido. Gary se acomodó entre “Cazador de Horizonte” y “Vigía en el recodo del Río”, dos de los mejores exploradores de la tribu. Gary lucía las mismas ropas de cuero curtido que llevaban los otros, y había pintado su rostro en un intento por integrarse en el grupo. Lo hizo pensando que ellos se sentirían más cómodos… pero no era así. Ellos le aceptaron desde el primer momento, a pesar de su aspecto inequívocamente distinto. Lo rescataron de los restos de la aeronave en la que viajaba. Curaron sus heridas, trataron la fiebre necrótica que le afectó durante las primeras semanas… y una vez se hubo recuperado, no le hicieron ni una sola pregunta. Ni quien era, ni a qué había venido. Nada. A los miembros de la tribu lo único que les importaba era que estaba a salvo. Y que habían encontrado a un nuevo miembro de su familia.

Gary había vivido durante toda su vida en la megalópolis de Neo-Washington. Había compartido las calles con otros cuarenta millones de habitantes, había caminado por avenidas repletas de personas. Su lista de “Friendcortex” alcanzaba los cinco ceros y su nivel de popularidad en “Twitvirtual” era de siete sobre diez. Cada cinco segundos, recibía a través de su Intercortex docenas de mensajes de lectores, colegas de profesión y supuestos amigos.

Y sin embargo… tuvo que acabar perdido en el corazón de la más inhóspita jungla que el ser humano haya conocido para no sentirse solo. No era su objetivo, desde luego. Su intención había sido realizar un documental para revelar al mundo lo que estaba ocurriendo en “Tierra Viva”. Dominic, Forrest, incluso Nancy… todos sabían el riesgo que entrañaba la operación y que, incluso superando las barreras militares, podrían encontrar una respuesta hostil por parte de los nativos. Sin embargo, fueron las baterías antiaéreas de los laboratorios los que los derribaron y los que acabaron con sus vidas. El material de rodaje se perdió al igual que sus vidas, en el accidente.

Sentado allí, bajo el cielo estrellado y limpio como ningún ciudadano civil de la Unión había visto jamás; Gary cerró los ojos mientras escuchaba las palabras del viejo sabio, narrando antiguas leyendas en una lengua que apenas había comenzado a medio entender. En las semanas siguientes a su recuperación, los miembros de la tribu mostraron a Gary la realidad terrible y oscura que anidaba en “Tierra Viva”. Lo llevaron a la gruta de los Ancestros, donde se recogía la historia de las tribus. En aquellas paredes de roca viva, con pinturas rupestres, se recogía una cronología paralela a la que el propio Gary había esbozado en sus sofisticados ensayos de historiografía avanzada. Eran las crónicas de las seis olas anteriores. Ciclos de nacimiento, vida y muerte. Ellos, los habitantes de esta tierra, lo asumían como una cadena de sucesos natural, inquebrantable e inevitable. “La voluntad de los Dioses”, lo llamaban. Al principio, Gary trató de convencerlos de que aquello no era así: esos “Dioses” no eran más que seres humanos. Criaturas que usaban a “Tierra Viva” como campo de cultivo, recogiendo la cosecha que brotaba vigorosa… y que segaba aquellos brotes imperfectos.

Pero pronto Gary comprendió la sabiduría que anidaba en la impasibilidad de aquella tribu. A diferencia de sus primo-hermanos más beligerantes – aquellos con malformaciones mucho más pronunciadas y que se hacían llamar “Mutados” – ellos preferían disfrutar de la vida que les era dada. ¿Para qué alzarse contra los Dioses? ¿Para qué batallar una guerra perdida de antemano? Gary tardó en comprenderlo, pero acabó por verlo claro. Semanas, meses… viviendo como uno más del grupo. Siendo tratado como un igual. Sin temor al destino que estaba ya escrito.

Un rumor sordo resonó en el horizonte, interrumpiendo por un segundo la narración del viejo sabio. Todos miraron al cielo y vieron como éste adquiría unas tonalidades rojizas. Gary se sorprendió y empezó a buscar en su cabeza las palabras adecuadas para preguntarles sobre qué era eso. Entonces, notó la mano de su compañero de caza, “Cazador en el Horizonte”, que apretaba su hombro en gesto tranquilizador. Había notado el temor en Gary y le tranquilizó. Dijo que se trataba de “Gora Nahoa”. “El Fuego en el Cielo”.

Gary podría haber hecho el intento inútil de explicarles que aquello no era obra de los Dioses, sino de un componente llamado “plasma antimateria”. Pero habría sido tan inútil como hacer un documental sobre la atrocidad que la mal llamada Humanidad hacía para seguir adelante. Habría sido tan inútil como emitirlo en horario de máxima audiencia. Habría sido inútil porque no habría cambiado nada.

Durante mucho tiempo, Gary había creído que las olas habían sido extracciones, secuestros a gran escala. Pero se equivocaba. Esta séptima ola, como todas las anteriores, no había sido otra cosa que la labor de limpieza. Eliminar el código basura.

Sintió miedo durante un segundo, mientras veía como una auténtica ola de fuego carmesí lo consumía todo a su paso. Entonces, notó las manos de sus buenos amigos, que sostenían las suyas. En sus ojos no había temor. Y entonces lo comprendió. Gary supo por qué ellos no tenían miedo. Habían vivido junto a las personas que habían querido. Y abandonarían este mundo junto a ellos. ¿Qué más se podía pedir?

Y así, la séptima ola consumió los restos imperfectos de la sexta cosecha.

1 comentario:

  1. Hola Preacher, se que no tiene nada que ver con el blog, pero he leido en fikydilly circus que has traducido el 'Smallville' ... en serio tienes todo eso traducido?
    Hay alguna manera de pedirtelo????

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