William Jacques Barnes se miraba en el espejo roto del maloliente cuartucho que hacía de retrete de ese pub. Apenas tenía 16 años pero el pelo blanco y las cicatrices que tenía en la cara le hacía parecer mayor.
Cuando volvió a levantar la cabeza del lavabo, después de haber evacuado casi toda la cena, se quedó mirando la cicatriz que desde la frente hacia la oreja izquierda cruzaba su ojo.
Apenas tenía diez años, sus padres William y Sarah Barnes, le recogieron de la escuela. Ese fin de semana lo pasarían en el mejor sitio del mundo: El parque de atracciones “AmazingWorld” al sur de Los Angeles. La carrera política de William que recientemente había sido elegido gobernador por el estado de California no había permitido que le dedicara mucho tiempo a su familia y quería compensarlo. La próspera vida de la familia Barnes cambió radicalmente cuando su coche se salió de la carretera y chocó frontalmente contra un camión. Los padres de William murieron en el acto, él pasó varios meses en el hospital pero sobreviviría no sin secuelas físicas.
Oficialmente fue un accidente. Nadie pudo explicar porqué el gobernador Barnes perdió el control de su coche. La autopsia no reveló la existencia de ninguna sustancia que pudiera reducir las habilidades del senador para conducir. Nada en la carretera pudo producir el desvío del coche. En resumen ninguna prueba indicaba que hubiese sido un atentado. Tras salir del hospital William fue a vivir con unos tíos por parte de madre que vivían en un pueblo de Texas. Nunca se adaptó. Las peleas con su primos y compañeros de clase eran continuas y acabó escapándose, volviendo a Los Ángeles.
Usando su segundo nombre, Jacques, y con 14 años estuvo sobreviviendo durante un año en la calle hasta que conoció a un pequeño mafioso local, Luca Palmieri. Jacques tenía la habilidad para recordar calles, caras, nombres y conocía bien el barrio en el que trabajaba Luca. Este empezó a utilizarlo como correo.
Toda la habitación le empezaba a dar vueltas. Necesitaba tomar el aire. La atronadora música de la sala de baile hacía que sus oídos gritaran de dolor. Golpeándose con cada persona con la que se cruzaba Jacques consiguió salir al callejón al que daba la puerta de emergencia de la discoteca. Tras dar unos paso más, calló al suelo entre unos cubos de basura.
El ruido de gritos le despertaron. No sabía cuando había estado inconsciente pero era todavía de noche. Los gritos venían del interior de la sala. Jacques que permanecía oculto entre la basura levantó la cabeza y vio como dos policías vigilaban la puerta de emergencia. La pequeña siesta había hecho que le doliera menos la cabeza pero seguía con el estomago revuelto. No pudo evitar volver a vomitar lo que le descubrió ante los policías.
Sin pensarlo se levantó, todavía con las piernas débiles, y salió corriendo internándose en el callejón con los policías detrás reclamándole que se detuviera. Luchando contra los dolores en las extremidades salto un verja, atravesó la avenida Jackson, y se internó en el parque wellington. En condiciones normales habría despistado a los polis sin problemas, pero el alcohol y las drogas le hacía mella. Viendo que no podía deshacerse de ellos se escondió bajo un puente, con el agua por las rodillas. Escuchaba los pasos de los policías sobre el puente de madera. Las luces de sus linternas iluminaban las aguas del pequeño río que cruzaba el parque. Jacques apenas tenía fuerza para sostenerse en pie y sentía que en cualquier momento podía volver a caer inconsciente.
Entonces oyó un par de golpes sordos y vio como los cuerpos de ambos policías cayeron al río justo delante de él. Arrastrándose se acercó la orilla, allí le esperaba un hombre, de unos treinta años. Vestido con botas de cuero negras y un uniforme azul marino. Albino y con una cicatriz en el ojo izquierdo.
Entonces, William Jacques Barnes, cayó inconsciente.
Entonces, William Jacques Barnes, cayó inconsciente.
[continuará]
No hay comentarios:
Publicar un comentario