Poco podía hacer la Matemática fundamental para explicar lo que sintieron tanto Balboa como el resto de su tripulación al verse cubiertos bajo la sombra de aquella aterradora masa de metal. Sus estómagos se encogieron de repente – incluso el artificial que llevaba el propio Balboa – y un sudor frío recorrió la frente incluso de Gordo Cobb. La mirada inquieta en aquellos pequeños ojos de rata mostraron a Balboa la oportunidad que andaba buscando.
- ¡Estamos jodidos, Cobb! – gritó Balboa bajo el atronador sonido de las turbinas - ¡Los dos sabemos que ni tu ni yo le gustamos a la Tropa Espacial!
- ¡Habla por ti, Balboa! – aquella masa de grasas y asquerosa sonrisa trataba de ocultar su miedo - ¡No soy yo al que buscan en todo Radio Central y tres cuartas partes del Diámetro Exterior! Quien sabe… ¡Lo mismo hasta me dan una jodida recompensa por tu trasero!
Y siguiendo la orden velada de su celulítico líder, los matones de Cobb alzaron de nuevo los cañones de sus rifles de impulsos, emitiendo su característico zumbido de recarga de energía. El capitán Balboa miró desesperado a su alrededor. La recompensa que el Gran Canciller había puesto por sus cabezas era “vivo o muerto”. Tendrían apenas treinta minutos antes que el primero de los acorazados tomase tierra en Valsan. Pero sólo unos segundos para escapar de Cobb y los suyos.
- Unos segundos es más de lo que necesito, Capitán.
La maldición silenciosa que la mente de Balboa había comenzando a esbozar se vio interrumpida por el resonar en su cabeza de la voz de Seya. Instintivamente, Balboa se giró encarándose a ella. Esperaba que aun llevase el visor y el casco de piloto que jamás se ponía a la hora de estar a los mandos de la Milagros… y que paradójicamente siempre llevaba puesto cuando pisaban tierra firme. Seya solía decir que “hay más peligros a ras del suelo que sobre él” pero lo cierto es que el casco y el visor eran lo único que impedía a los demás ver el destello azulado que emitían sus globos cuando sus capacidades psíquicas se activaban.
Y activadas como estaban, cuando Balboa se dio la vuelta ya no se encontraba en aquel túnel. Las estructuras de hierro ennegrecido y el suelo de polvo anaranjado se vieron sustituidos por paredes de delicado cristal reflectante, sobre los que se proyectaban filigranas y caprichosas formas que se antojaban escenas de delicado arte erótico. Cortinas de seda sintética y una suave alfombra carmesí rodeaban una enorme cama con forma de corazón, coronando el centro de la estancia. Balboa reconoció de inmediato la suite nupcial “Delicatessen”.
Un súbito puñetazo cruzó la cara de Balboa cuando sus ojos se posaron en Seya. Ésta lucía el mismo aspecto andrógino de siempre… aunque el salto de cama no dejaba nada a la imaginación, pudiendo verse con total claridad hasta el último de los tatuajes rituales que decoraban su piel.
- ¡Au! – Balboa se recompuso y se incorporó. - ¿Qué demonios…?
- Recuérdame, capitán, que te aseste una buena patada no-telepática en sus insignes pelotas cuando salgamos de aquí… - Seya se sentía sucia embutida en aquella prenda prostibularia – No quiero ni pensar quien es la pobre desgraciada a la que rompiste el corazón en este…
- Gordo Cobb está a punto de vendernos al Gran Canciller, Seya. – Balboa se notó súbitamente incómoda al notar que llevaba su viejo uniforme militar, el que tantas veces lució antes de “La Gran Caída”. - ¿En serio crees que es el mejor momento para tener una charla telepática?
En ese momento, Balboa miró la cama. Volvió a mirar a Seya. Y esbozó esa sonrisa que le había valido el apodo de “Sonrisas” Balboa en más de media docena de planetas.
- Aunque si lo que quieres es un último revolcón telepático secreto… - sus manos apenas llegaron a acariciar los hombros de la chica cuando el puntapié de ella se estrelló contra sus gónadas.
- Ésto es para que te quede claro que sigo cabreada por lo que pasó en Phelphegor – Seya dejó que Balboa recuperase el aliento antes de soltarle la bomba. – Pero no es eso por lo que estoy arriesgando mi vida…
Balboa alzó la vista, aun dolorido, cuando vio que la imagen telepática de Seya había comenzado a sangrar por la nariz. Como tantas otras cosas del Oscuro y Extenso Espacio, las Matemáticas no habían podido explicar aún por qué ciertas personas como Seya eran capaces de hacer lo que hacían. Lo que sí había podido deducir la ciencia era que no era algo gratuito. Cada vez que las empleaban, sus vidas se veían acortadas. A veces en minutos, a veces en horas… y otras, en días o semanas. Ver la sangre hizo que Balboa volviese a ser consciente del problema en el que andaban metidos.
- Mientras hacías tu duelo de miraditas con ese cerdo de Cobb, aproveché para entrar en su mollera… - Seya se dejo caer tendida sobre la enorme y sedosa cama en forma de corazón – Y sé por qué está tan asustado de ver llegar a la Tropa Espacial.
- ¡Eh!
La voz de Cobb y el sonido de uno de los rifles contusionadotes hizo que Balboa regresara al mundo real a tiempo de ver cómo Riki volaba por los aires, estampándose contra una vieja plancha de metal. El fortachón había encajado golpes peores cuando luchaba en la Liga Ilegal de Droidepeleas así que Balboa no tenía por qué preocuparse. Pero fuese como fuese, nadie trataba así a su tripulación. Nadie que no fuese él, claro.
- ¿¡A qué coño crees que estas jugando, Cobb!? – espetó Balboa con un súbito enfado que hizo que los matones del seboso señor del crimen frenasen sus gatillos. El veterano capitán caminó hasta colocarse a pocos centímetros de Cobb. Sentir su asqueroso aliento era un pequeño precio a pagar si conseguía convencerlo de tener todas las cartas.
- No estás en posición de ser tan gallito, Balboa… - a esa distancia ya no tenía que gritar para dejarse oír bajo el clamor de las turbinas. – En cuanto te ponga en manos de la Tropa Espacial, se largarán de mi planeta…
- ¿… antes de que sepan lo que escondes bajo la planta sintetizadora de Clorofila número tres?
Cobb dejó sus gordos labios entre abiertos en gesto de sorpresa. Balboa sintió esa punzada que notaba siempre que el plan comenzaba a funcionar. Durante unos segundos sólo se escuchó el atronador rugir del acorazado estelar.
- ¿Has contado cuantos acorazados hay ahí arriba, Cobb? Vamos… Alguien con tanta experiencia como tú en los negocios debería reconocer una inspección planetaria cuando sufre una. – el silencio de Cobb era música para las oídos de Balboa – ¿Qué crees que te harán cuando lo descubran?
- No… No tienes prue…
- La única forma que tienes de librarte del marrón, Cobb… - Balboa lo interrumpió: sabía que a gente como Cobb no había que darles tiempo a replicar – … es sacándolo del planeta cuanto antes. Pero viendo las chatarras de impulso corto que tienes en los hangares, ninguno de tus pilotos llegaría muy lejos. Para dar esquinazo a la Tropa Espacial… - Balboa sonrió - … necesitarias “un milagro”.
Desde allí arriba podía verse la zona del astropuerto donde reposaba la inestimable amiga metálica de Balboa y su gente. La “Milagros” era hermosa en su desvencijada apariencia. Un recuerdo de cuando las naves se construían con algo más que metal y remaches.
- ¿Qué… es lo que quieres?
- Materia suficiente como para llegar al siguiente cuadrante. Y los créditos que me prometiste.
Bajo la mordaza, Nino emitió unos lastimosos sonidos que recordaron a su capitán que había que incluir nuevas cláusulas al trato.
- Y lo quiero a él de vuelta. – Balboa regaló una sonrisa insolente a Cobb – No sabes lo difícil que es encontrar un cocinero decente ahí afuera.
Durante lo que pareció una eternidad, Cobb rumió las palabras del capitán Balboa. Sus ojillos pasaban de él al resto de su tripulación. Y de ellos, al cielo: a la enorme y amenazante máquina de guerra cuya sombra cubría todo el asentamiento que Cobb había levantado con sus propias manos.
- Maldita sea tu alma, Balboa… - maldijo el gordo al tiempo que tendía su mullido bracito cubierto de cicatrices – Trato hecho.
- Trato hecho… "socio".
- Cierra la puta boca y sígueme…
Balboa vio como Cobb se retiraba junto a sus hombres. Al notar a Seya a su lado, Balboa susurró:
- Ya está hecho… y ahora, ¿dime qué es eso que vamos a tener que transportar?
- No tengo la menor idea, capitán. Pero si nos permite salir de ésta, supongo que vale la pena el riesgo, ¿no?
Mientras un aturdido Riki ayudaba a su hermano a incorporarse y liberarse de las esposas, Balboa sintió un escalofrío: Cobb había aceptado el trato con rapidez. Demasiada rapidez. ¿Qué demonios era eso que guardaba aquel seboso hijo de perra que había movilizado a toda la Tropa Espacial del cuadrante?
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