A medida que las burbujas iban ascendiendo a la superficie del lago se alzaban olas que avanzaban al lugar donde Raudo, Tae y Awender contemplaban lo que a priori era una figura no más alta que ellos. No obstante, a varios metros de esa figura, dos columnas enormes, como viejos arboles blancos, de grandes ramas y sin tan siquiera una sola hoja se alzaban hasta lo más alto de la caverna.
La figura tenía un aspecto parcialmente humano. A medida que la humedad se retiraba del ambiente su aspecto se tornaba más y más fantasmal. Llevaba una oscura corona adornada con un juego de calaveras de cuyas bocas salían fantasmales tentáculos. Estos entraban y salían a su antojo. De su espalda salían restos flotantes de piel que bien podrían haber sido manos en otro tiempo. Una enorme y pesada capa se desplomaba sobre sus lánguidos hombros dándole una extraña majestuosidad. El efecto era debido a que la silueta que dibujaba la tela era mucho más musculosa que el hombre que parecía portarla.
Un hombre; eso era mucho decir. Una momia si acaso. Su piel era casi transparente y sus ojos vidriosos y muy serios. Lo que parecía una barba era en realidad un halo de luz que se hundía en el lago y cubría el espacio donde deberían estar sus piernas. Sus huesudos brazos se entrecruzaban esperando una respuesta de sus visitantes. Pero la comitiva, incluso una tan habituada a situaciones extravagantes, no sabía muy bien que decir. La figura rompió el silencio por ellos.
- Si nada tenéis que decir. ¡Marchaos! – Los tres visitantes se miraron y respondieron al unísono.
- ¿¿Cuál es tu nombre??
- He recibido muchos nombres, y muchos más están por llegar. Algunos se recuerdan más tiempo que otros, pero al final todos se olvidan.
Tras varias peleas, dormir en el suelo, comer raciones y bajar hasta las entrañas de una montaña, ninguno de los héroes estaba para filosofías. Tae, el curtido Señor de la Costa, menos que nadie.
- ¡Maldita seas criatura! ¡Tienes a nuestro amigo atrapado! Suéltalo ahora mismo o te ahogaré con tus propias barbas. – La criatura mantuvo su pose, impasiva ante las amenazas.
- ¿Atrapado? Qué sabrás tu lo que es estar atrapado. Yo llevo aquí más de lo que tú te atreverías a llamar una eternidad. Cientos de héroes como vosotros han venido en busca de tesoros y gloria. Todos fracasaron. Como vosotros también fracasareis.
- ¿Y por qué demonios nos has traído aquí? - Tae sentía unas ganas tremendas de golpear algo.
- Yo no os he traído. Habéis venido vosotros.
La mano de Raudo se poso sobre el hombro de Tae para calmarle. Era una señal de que quería hablar.
- ¿Y Las señales? ¿Todos esos trucos? ¿Toda esa magia?
- Si. Hay magia en mí. O al menos la hubo. Pero no se de qué trucos hablas.
- ¿No sabes nada de la bruja en el Lago del Cielo caído?
- Siempre hubo aspirantes a Dioses intentando dominar el mundo exterior. Harlin fue el último en buscar ese poder aquí. Pero sus oscuros métodos también fracasaros.
- ¿Harlin el Enano? Pero la leyenda dice…
- Las leyendas son para humanos tontos. – La resignación caía en sus palabras.- Si. Tenéis una existencia corta y predecible. Componéis canciones, escribís mitos y rezáis las más absurdas oraciones una otra y otra vez. Llevo toda la eternidad obligado a escucharos. Obligado a recibir ofrendas y sirvientes que de nada me sirven. Incluso sacrificios. Si. Harlin no era diferente. Hace mucho tiempo cavó estos túneles. Harlim el Enano. Intentó convencerme, doblegarme y utilizarme a su voluntad. En cuanto se aburrió abandono la mina y me dejó abandonado, como tantos otros han hecho. – Desde luego no era la historia más épica de nuestros héroes.
- ¿Y por qué estás aquí?
- Yo... no lo recuerdo... vine a hacer algo… y lo olvide. Llevo aquí tanto tiempo que ya no importa.
La sorpresa y la indignación eran palpables. Por un lado Raudo quería saber más. Quería saber quién y por qué los habían traído hasta aquella caverna. Tae estaba a punto de meterse en el agua a, según él, rescatar a Darrell, solo a Darrell, y salir de allí. Pero las burbujas ya no estaban. Habían sido arrastradas por la corriente. Se alejó en su búsqueda justo en el momento en el que la historia se ponía interesante.
- Hace poco vino un mortal. Uno que busca algo de verdadero valor. Vendrá pronto.
Los ojos de los héroes se abrieron como platos.
- ¿Recuerdas cómo era?
- ¿Recordarías tú a un insecto entre un conjunto de millones? No, no lo recuerdo. – los ojos del solitario Dios abandonaron a nuestros héroes y se giraron en otra dirección. - Si nada tenéis que decir. ¡Marchaos!
Raudo y Awender vieron lo que parecía imposible. ¿Les estarían engañando sus ojos? Darrell, la adivina y una comitiva de diez personajes armados hasta los dientes se levantaban de su tumba acuática.
- ¿Darrell? – Pregunto Awender sin mucha fe.
Sin mediar palabra los doce sacaron de entre sus ropajes unos colgantes que no dejaban lugar a dudas la hostilidad de los nuevos invitados. El ahora conocido falso Darrell pronunció unas palabras, dejando ver su verdadero rostro.
- Ya no hacen falta mascaras, ¿verdad caballeros? Bueno, este aburrido de ahí es Shiro, el Dios Dragón.
- ¡La puta del Mar! Gritó Tae desde lo alto de una roca. – Por suerte para él el aspecto de la adivina permanecía, sin ningún atisbo a cambiar como lo había hecho el del falso Darrell.
- Os estamos realmente agradecidos. Ese mago amigo vuestro ha sido un estorbo todo este tiempo. Confieso que estuvo a punto de estropearnos el plan. Y seguro que lo hubiera hecho si hubiéramos dejado que os encontrara. Pero con vuestros… viajes – sonreía con una satisfacción capaz de herir cualquier orgullo - Nos habéis hecho ganar tiempo. – El pensamiento era también unísono esta vez.
- “Maldito hijo de…”
- No hace falta que disimuléis. Estáis cansados, debilitados. Viejos. – esto último lo dijo alzando la voz – Y también vuestro amigo. Que venga si quiere. Que venga a contemplar el resurgir del Mar ¡Arrodillaos ante el resurgir de la Diosa Sirina!
La comitiva al completo hundió sus amuletos en el agua mientras rezó una rápida oración. Cuando terminaron volvieron a colgárselo al cuello y se pusieron en posición de combate. Lo mismo hicieron los héroes, “dazzle” y “stone” habían sido las primeras en ver la luz. Shiro era el único que permanecía inerte ante el espectáculo.
- Otro insignific…
La rapidez con la que los tentáculos arrastraros el fantasmal cuerpo de Shiro a las aguas los cogió de sorpresa. El lago entero se retorcía. No paraban de salir más y más tentáculos, cada uno más grande que el anterior. Los dos árboles que surgieron con Shiro aparecían y desaparecían con los golpes. Se escuchaban gritos agudos surgidos del más oscuro de los infiernos. Gritos no humanos. Gritos que se convirtieron en un gran estruendo cuando las dos enormes figuras, enzarzadas en una batalla por la vida y la muerte, abandonaron por unos segundos las profundidades. Kraken y Dragón frente a frente. Cada uno luchando por ganar su territorio. Un Kraken horripilante de resbaladizos tentáculos y un Dragón de retorcidos y arrugados cuernos, como viejos arboles, de una piel tan sucia y abandonada como su parlante y deprimido jinete que, aun así, no iba a renunciar a la victoria.
La batalla por la supervivencia en la Mina de las Cien Estaciones no había hecho sino comenzar.
viernes, 30 de agosto de 2013
viernes, 9 de agosto de 2013
El Fiero Paso del Dragón - La Búsqueda - Segunda Parte
Tae y Raudo se miraban atónitos mientras Awender cargaba de manera devastadora contra los salvajes Trollkins. Y aunque sabían perfectamente por qué el asesino sentía ese odio hacia esas pequeñas criaturas no por ello se sorprendieron menos de su reacción. Y es que habían pasado ya 15 años desde que un mazazo afortunado de uno de estos seres había hecho que en ciertos círculos al guerrero se le conociera con el pseudónimo de Awebo. Cierto que este círculo era muy pequeño. Poca gente le había llamado alguna vez así y había sobrevivido para contarlo, entre esos elegidos estaban Raudo y Tae.
Awender, con sus dos espadas bastardas, golpeaba y mataba a un Trollkin tras otro. En la mano derecha tenía a “dazzle” llamada así por su fulgor azul, regalo del rey Astharot de Murallas Blancas por la ayuda que Awender y sus compañeros brindaron a la ciudad en el asedio de los lunares; En la mano izquierda, negra como el carbón, blandía “stone”. El rey enano Talor se la obsequió cuando Awender salvó a su hijo Tolin de las garras del gigante Lokar. Apenas un par de minutos después de haber comenzado el combate, la veintena de Trollkins yacían a los pies, alrededor del guerrero. Tae y Raudo le observaban, sin decir nada. A veces el asesino daba miedo. Ahora era una de esas veces.
Los tres amigos miraban la decena de túneles que partían de esa zona de la mina.
Raudo rompió el silencio. – Ya hemos hecho lo fácil. ¿Y ahora qué?-.
De nuevo el incomodo silencio entre los tres héroes.
-¡Por todos los krakens y bestias de los mares eternos!- La espera y la incertidumbre hastiaban a un hombre tan acostumbrado a la acción como Tae. - La adivina, además de sus “encantos”, ¡te podía haber enseñado como recorrer esta mina!
- Bueno, al menos conseguí algo de información. ¡No sabes el peligro que corrí para conseguir esta información!- Raudo se defendía encarándose con Tae.
- ¿Peligro?-. -¿Qué tiene de peligroso el catre de una dama?-.
- ¡Una dama insatisfecha es más peligrosa que un lobo doriano en época de celo!-.
A Tae le había tocado un punto sensible. -¿Me crees incapaz de satisfacer a una mujer?. – Tae llevó su mano a la empuñadura de su hacha.
-¡No!, ¡solo digo que es más fácil encontrar en este laberinto un descendiente de Harlin que tu encuentres la forma de agasajar correctamente a una cortesana!-.
- Maldito perolliano…-
-¡Basta ya!- Awender cortó la discusión en seco.
- Laberinto – murmuraba, mirando los túneles. Y tras unos segundos de pausa expresó su conclusión en voz alta. – Los enanos no construirían un laberinto en esta mina sin indicar el camino a los suyos-.- ¡Repartiros!, ¡buscad alguna indicación o símbolo en la entrada de algún túnel!-
Así durante varias horas, en la semioscuridad, a la única luz que daba el fuego de las antorchas, los tres héroes buscaron en la entrada de cada túnel, una indicación, una señal, una runa que les indicara el camino correcto. Y fue Raudo, quien, a la entrada de uno de los túneles, descubrió una pequeña losa que tenía grabado el escudo de la familia del señor de la mina: el pico y la mina
El túnel que habían escogido era bajo y angosto. Lleno de giros y recovecos. Sus sentidos les engañaban y en cada curva creían ver u oír una sombra que les seguía o les esperaba oculta. Pero nadie, ni nada había tras las piedras. Al cabo de unas horas no sabían cuantas leguas habían recorrido, si subían o bajaban, si la galería se dirigía al este o al oeste. La sombra de la desesperación y la duda alcanzó a los tres compañeros. Se empezaron a plantear, incluso, dar media vuelta. Pero entonces, llegaron al final de la gruta.
El camino se abría a una amplia y alta sala ocupada casi en su totalidad por un lago subterráneo. Desde lo alto de un risco, los tres compañeros observaban la caverna. En las alturas, la mina se abría al exterior por pequeños agujeros. Pequeños rayos de sol atravesaban la piedra reflejándose en el agua que como un espejo devolvía y amplificaba los rayos iluminando la cueva. El agua era clara y brillante como la plata. Incluso podían ver el fondo. Y en lo profundo de esas tranquilas aguas reposaban grandes burbujas.
Tae tenía buena vista y pronto se dio cuenta de lo que contenían.
-¡Que me claven del palo mayor si ese no es Darrell!- Tae señalaba hacia una de las burbujas.
El hechicero se encontraba inmóvil, con los ojos cerrados. Estaba inconsciente, o peor, muerto. Pero no era el único conocido. En otra burbuja, también en ese estado, estaba la adivina con la que Raudo tan bien había intimado. Y junto a ellos una decena de personas más que no reconocían.
-¡Tenemos que sacarlo de ahí!-Raudo se quitaba el jubón roto y sucio por las semanas de huida (durante los años siguientes defendería que su intención principal era sacar a Darrell y no a la adivina, sus amigos nunca lo terminaron de creer) cuando Awender le puso la mano evitando que saltara al agua.
De pronto la caverna empezó a temblar y pequeñas burbujas empezaron a salir de las profundidades del lago. Primero una decenas, luego incontables.
[Continuará]
Awender, con sus dos espadas bastardas, golpeaba y mataba a un Trollkin tras otro. En la mano derecha tenía a “dazzle” llamada así por su fulgor azul, regalo del rey Astharot de Murallas Blancas por la ayuda que Awender y sus compañeros brindaron a la ciudad en el asedio de los lunares; En la mano izquierda, negra como el carbón, blandía “stone”. El rey enano Talor se la obsequió cuando Awender salvó a su hijo Tolin de las garras del gigante Lokar. Apenas un par de minutos después de haber comenzado el combate, la veintena de Trollkins yacían a los pies, alrededor del guerrero. Tae y Raudo le observaban, sin decir nada. A veces el asesino daba miedo. Ahora era una de esas veces.
Los tres amigos miraban la decena de túneles que partían de esa zona de la mina.
Raudo rompió el silencio. – Ya hemos hecho lo fácil. ¿Y ahora qué?-.
De nuevo el incomodo silencio entre los tres héroes.
-¡Por todos los krakens y bestias de los mares eternos!- La espera y la incertidumbre hastiaban a un hombre tan acostumbrado a la acción como Tae. - La adivina, además de sus “encantos”, ¡te podía haber enseñado como recorrer esta mina!
- Bueno, al menos conseguí algo de información. ¡No sabes el peligro que corrí para conseguir esta información!- Raudo se defendía encarándose con Tae.
- ¿Peligro?-. -¿Qué tiene de peligroso el catre de una dama?-.
- ¡Una dama insatisfecha es más peligrosa que un lobo doriano en época de celo!-.
A Tae le había tocado un punto sensible. -¿Me crees incapaz de satisfacer a una mujer?. – Tae llevó su mano a la empuñadura de su hacha.
-¡No!, ¡solo digo que es más fácil encontrar en este laberinto un descendiente de Harlin que tu encuentres la forma de agasajar correctamente a una cortesana!-.
- Maldito perolliano…-
-¡Basta ya!- Awender cortó la discusión en seco.
- Laberinto – murmuraba, mirando los túneles. Y tras unos segundos de pausa expresó su conclusión en voz alta. – Los enanos no construirían un laberinto en esta mina sin indicar el camino a los suyos-.- ¡Repartiros!, ¡buscad alguna indicación o símbolo en la entrada de algún túnel!-
Así durante varias horas, en la semioscuridad, a la única luz que daba el fuego de las antorchas, los tres héroes buscaron en la entrada de cada túnel, una indicación, una señal, una runa que les indicara el camino correcto. Y fue Raudo, quien, a la entrada de uno de los túneles, descubrió una pequeña losa que tenía grabado el escudo de la familia del señor de la mina: el pico y la mina
El túnel que habían escogido era bajo y angosto. Lleno de giros y recovecos. Sus sentidos les engañaban y en cada curva creían ver u oír una sombra que les seguía o les esperaba oculta. Pero nadie, ni nada había tras las piedras. Al cabo de unas horas no sabían cuantas leguas habían recorrido, si subían o bajaban, si la galería se dirigía al este o al oeste. La sombra de la desesperación y la duda alcanzó a los tres compañeros. Se empezaron a plantear, incluso, dar media vuelta. Pero entonces, llegaron al final de la gruta.
El camino se abría a una amplia y alta sala ocupada casi en su totalidad por un lago subterráneo. Desde lo alto de un risco, los tres compañeros observaban la caverna. En las alturas, la mina se abría al exterior por pequeños agujeros. Pequeños rayos de sol atravesaban la piedra reflejándose en el agua que como un espejo devolvía y amplificaba los rayos iluminando la cueva. El agua era clara y brillante como la plata. Incluso podían ver el fondo. Y en lo profundo de esas tranquilas aguas reposaban grandes burbujas.
Tae tenía buena vista y pronto se dio cuenta de lo que contenían.
-¡Que me claven del palo mayor si ese no es Darrell!- Tae señalaba hacia una de las burbujas.
El hechicero se encontraba inmóvil, con los ojos cerrados. Estaba inconsciente, o peor, muerto. Pero no era el único conocido. En otra burbuja, también en ese estado, estaba la adivina con la que Raudo tan bien había intimado. Y junto a ellos una decena de personas más que no reconocían.
-¡Tenemos que sacarlo de ahí!-Raudo se quitaba el jubón roto y sucio por las semanas de huida (durante los años siguientes defendería que su intención principal era sacar a Darrell y no a la adivina, sus amigos nunca lo terminaron de creer) cuando Awender le puso la mano evitando que saltara al agua.
De pronto la caverna empezó a temblar y pequeñas burbujas empezaron a salir de las profundidades del lago. Primero una decenas, luego incontables.
[Continuará]
viernes, 2 de agosto de 2013
El Fiero Paso del Dragón - La Búsqueda - Primera Parte
- ¡Por los mil Mares de Glorantha! - Rugió Tae parando el instintivo golpe de su hacha a escasas pulgadas de la cabeza de Awender - ¡No me vuelvas a despertar así si quieres conservar la cabeza!
- ¡Shhhh! - Le reprendió Awender para que hablara más bajo - Nos han encontrado - Para enfatizar sus palabras se oyeron a lo lejos unos gruñidos y aullidos de bestias de rastreo - Recoged todo el equipo y subidlo al árbol. Yo eliminaré nuestro rastro.
Mientas el acomodado brivón de Raudo y Tae, el curtido Señor de la Costa, se apresuraban a recoger en mitad de la noche el improvisado campamento tal y como les indicaba Awender, éste esparcía por el lecho de hojas que habían usado para dormir, un extracto de flores que confundiría al fino olfato de las bestias.
Encaramados al árbol permanecieron agazapados, arma en ristre y en total silencio. Sin mover un músculo esperaron que el peligro pasara de largo. Los tres compañeros de fatigas tenían ahora tiempo para observarse con detenimiento, de escudriñar cada arruga de sus rostros. Al hacerlo, aunque ninguno diría nada, se vieron viejos por primera vez. Viejos y cansados. Hacía apenas un mes que se habían reencontrado. Había sido en una vieja taberna del Paso, dónde tantas aventuras habían comenzado. Quince años hacía de la anterior vez que partieran de ahí.
Pero en la taberna sus rostros no se veían tan demacrados como ahora. Las tres semanas de penurias en los caminos habían caído sobre ellos como una losa. El único que mantenía su porte era Awender, que a diferencia de los otros dos, tras abandonar la vida de aventuras, nunca llegó a acomodarse.
Los bestiales gruñidos se acercaron, hasta estar justo debajo de ellos. Sin duda se trataba de una patrulla de rastreo. Estaba formada por diez deformes orcoides y tres fieras bestias, mezcla de lobo y hiena, con afilados dientes y ojos rojizos. Aunque en la oscuridad de la noche no podían ver las marcas, sabían que pertenecían a la Garra Roja, al igual que las otras quince patrullas con las que se habían cruzado desde que abandonaron el Lago del Cielo Caído.
Durante unos minutos las aberrantes bestias, desconcertadas por el truco de Awender, caminaron en círculos alrededor del árbol, rastreando la zona una y otra vez. Olian el aire, gruñian y emitian alaridos de rabia al ver que su presa no estaba dónde esperaban. El cabecilla de los semiorcos golpeó con su lanza a la bestia mientras le gritaba en la lengua oscura que siguiera adelante. Ésta se revolvió y con sus sangrantes fauces atrapó la lanza y la hizo añicos.
Hubiera sido muy fácil en ese momento acabar con la pequeña compañía de de orcos. Casi ni se hubieran dado cuenta de que estaban siendo atacados hasta caer moribundos al suelo, pero no lo hicieron. En vez de eso esperaron en silencio a que la patrulla se alejara siguiendo su camino. Después de acabar con una decena de estas patrullas, habían dedicido que era mejor esquivarlas, despistarlas, o lo que fuera. No parecía que por muchos medio orcos que mataran, éstos se fueran a acabar. Lo único que lograban matándolos era señalar su posición.
Al fin, cuando la patrulla de la Garra Roja se alejó lo suficientemente, nuestros héroes bajaron del árbol. Ya estaba casi amaneciendo. Y mientras se frotaban sus entumecidos músculos, decidían el siguiente paso a dar.
- Ya no estoy para estos trotes, ¡Que dolor de espalda! - Se quejaba Raudo mientras se sacudía su ajado jubón - ¡Qué pena de ropajes bordados a mano! Con lo que había prosperado en estos años y aquí estoy, otra vez, como al principio. Harapiento, en mitad de ninguna parte, malcomiendo y maldurmiendo ¡Necesito mi cama de plumón de oca!
- ¡Ja ja ja! ¡No te quejes tanto, Raudo! - Bramó divertido Tae a la vez que daba una sonora y contundente palmada en la espalda de Raudo - Nadie ha muerto por no dormir en un colchón de plumas. Yo una vez, en mitad de de una tormenta, tuve que dormir sobre el mástil de una barcaza y aquí estoy de una pieza y fuerte como un toro.
- ¡Basta ya!- Awender cortó las chanzas de golpe - Les hemos despistado, pero no tenemos mucho tiempo hasta que nos vuelvan a encontrar. Tenemos que decidir donde vamos - Tras tres semanas vagando por caminos, templos y ciudades, seguían como al principio, sin pista alguna de Darrell. Ni la fiable red de contactos de jóvenes aprendices de Awender, ni los bucaneros locales de agua dulce que el Señor de la Costa controlaba, ni tan siquiera las numerosas y bellas amigas de Raudo que poblaban los castillos, parecían saber nada sobre el paradero de Darrell.
- Al norte - Se apresuró a decir Raudo - Hacia la Mina de las Cien Estaciones.
- Vamos Raudo - Tae se rascaba la calva sin saber si la propuesta de Raudo iba en serio - ¡Tienes que estar de broma!
- Veo que hay cosas que la edad no cambia - Intervino Awender. Su semblante era serio. Parecía tallado en roca, sin resquicio por entre dónde leer qué pensaba realmente -¿Me estás diciendo que vas a fiarte de la adivinación de esa adivina de feria? ¿De esa embaucadora?
- Sabía que buscábamos algo - Replicó Raudo - Consultó sus cartas y lo vio. Vio todo, nuestro reencuentro en la taberna, la canción, la ausencia de nuestro amigo, y lo más importante, vio que debíamos que ir a la Mina de las Cien Estaciones para dar con él.
- Dijo lo que querías oir para conseguir de tí unas cuantas monedas y un buen revolcón sin tener que volverte a ver en un tiempo - En la máscara de Awender apareció una sonrisa burlona, como la de un padre arengando a su hijo - Raudo, te he visto hacer ese mismo truco cientos de veces. Si no fuera por esas grandes - Awender hizo una breve pausa para pensar bien sus palabras antes de decirlas - por esas grandes miradas que te echaba, ni tan siquiera te hubieras parado a hablar con ella. Casi ni le oías mientras te echaba sus buenaventuras de poca monta. Sólo te interesaba una adivinación, la del color de sus enaguas
- Bueno, ¿Y? - Zanjó el embaucador - ¿Tenéis acaso una idea mejor? ¡Eh! No tenemos nada, así que, iremos al norte, es la única pista o como queráis llamarla que tenemos de nuestro amigo.
Aunque no había sido su mejor argumento, era cierto lo que decía Raudo. No tenían ninguna otra pista. Así que sorprendentemente les convenció para encaminarse al norte, seguiendo la senda a través de la cordillera de laColumna del Dragón, que les llevaría a la Mina de las Cien Estaciones.
La mina y su historia era bien conocida en todo el Paso del Dragón. Hacía un centenar de años que llegó a la región Harlin, el Rey Enano, con una gran comitiva. Al parecer le había sido confiado el secreto de la ubicación del Tesoro de la Montaña. Siguiendo sus indicaciones la compañía enana comenzó a cavar en busca de los tesoros de la montaña. Día y noche, durante cien estaciones cavaron los enanos sus túneles. Pero nada encontraron. Ni oro, ni plata o cobre. Ni tan siquiera hierro o tan solo carbón. Nada. Sólo rocas y más rocas. El día que se cumplieron las 100 estaciones desde que comenzaran a cavar, Harlin dio la orden de abandonar la mina y cerrar para siempre la que, desde entonces, es conocida como laMina de las Cien Estaciones.
Al ocaso del segundo día de camino a través la Columna del Dragón decidieron parar en un refugio natural a pasar la noche. Pese al abrigo de las rocas, Awender estaba inquieto y era incapaz de conciliar el sueño. Salió del pequeño refugio en busca de la conversación de Tae, que realizaba la primera guardia. Lo encontró sentado sobre una roca mirando al cielo.
- ¿Qué es lo que buscas en las estrellas, bucanero? - Preguntó al ver el gesto serio de Tae - ¿Acaso buscas en los astros a nuestro amigo?
- No. No puedo ver a nuestro amigo en ellos. Pero sí que veo malos presagios ¿Ves esa estrella de allí, la que brilla entre el Cofre del Embaucador y la Espada de Yelm? - Sin dejarle contestar, Tae prosiguió - La llaman el Camino del Corsario. Cuenta una leyenda de mi gremio, que siguiéndola curante 40 días y 40 noches a través del océano, llegas a laCasa del Dios del Mar. No sé si será cierto. Lo que sí te puedo decir es que durante milenios la hemos usado para saber dónde esta el Este. Ayer - prosiguió Tae señalando a otro punto en el cielo - la estrella estaba allí, a casi 30 sextantes de distancia de dónde está hoy.
- Y... - Por un segundo la fría mente de Awender no entendió lo que Tae le decía - ¿Eso que significa?
- Significa amigo - Enfatizó Tae mientras la luna se reflejaba en su brillante clava - Que los dioses se están moviendo, se preparan para algo. Y eso sólo puede significar problemas.
Al amanecer del cuarto día la pequeña comitiva encontró, escondida entre rocas, una de las entradas a la mina. Estaba cegada con maderas y piedras. Sobre ellas un cartel, escrito en la lengua de los Enanos, avisaba que la mina y todo lo que se encontrara en su interior era propiedad de Harlin, el Rey Enano.
- Parece que la leyenda es cierta - Dijo sorprendido Tae mientras comenzaba a arrancar con sus propias manos los tablones - Quizás encontremos piezas de oro dentro
- Si es cierta la leyenda - Awender retiraba las piedras que cegaban la entrada - poco oro vamos a encontrar.
- ¡Eh chicos! - Raudo se había colado por el pequeño resquicio que sus compañeros habían creado - Hay una vagoneta, creo que si nos apretamos cabremos todos. Y tiene unas runas grabadas que [...]
- ¡No las toques! - Le gritó Awender. El eco de su voz volvió a ellos segundos más tarde desde el interior de la mina, ¡No las toques! - ¡No sabemos para qué son, debemos examinarlas!
- ¡Ups! ¡Rápido! ¡Se ha puesto en marcha sola! - Bueno, sola, sola no se había puesto en marcha, pensó Raudo mientras veía las runas que acababa de tocar brillar - ¡Saltad dentro, corred!
Antes de que la vagoneta cogiera una velocidad vertiginosa, los tres lograron subirse a ella. Ni Awender ni Tae pudieron sermonear a Raudo, estaban demasiado ocupados gritando y agarrándose como podían a la vagoneta, que avanzaba a una velocidad infernal. La vagoneta cambiaba en un abrir y cerrar de ojos de vías entre terrible crujidos. A cada segundo que pasaba, se adentraban más y más en el intrincado laberinto de túneles que era la mina.
Por fin, tras varios minutos de nauseas y mareos, la vagoneta comenzó a aminorar su velocidad, hasta que se detuvo. Casi al unísono, los tres echaron mano a su pedernal para encender una antorcha. Al hacerlo vieron que se encontraban en una gigantesca sala tallada en la roca. A ella llegaban por todos lados cientos de túneles idénticos al que les había llevado hasta allí. Algunos salían del suelo a través de agujeros, otros salían de las paredes e incluso del techo. Las vías se entrecruzaban, creando una tela de araña de raíles.
- ¡Por todos los mares Raudo, lo has vuelto a hacer! - Tae negaba con la cabeza mientras echaba mano a su hacha - ¡No sé como lo haces, pero siempre la lias!
La sala parecía ser un intercambiador, una especie de nudo para unir todos los tramos de la mina. Con las antorchas encendidas intentaron adivinar el camino a seguir para dar con su amigo desaparecido, pero únicamente veían túneles y más túneles por todos lados. Túneles con sus sombras. Sombras que se movían de un lado para otro al mover las antorchas. Sombras que se escondían aprovechando los recovecos de las llamas sobre la roca. Sombras que para un ojo entrenado, no eran las provocadas por el titilar de una antorcha.
Awender, inesperadamente, lanzó su antorcha a varios metros de él. Al hacerlo quedaron a la vista una docena de pequeñas y feas criaturas que al ser descubiertas comenzaron a emitir una especie de mezcla entre risa y chillidos. En los brazos portaban huesos afilados a modo de cuchillos y viejas hojas oxidadas de espada y sobre sus amorfos cuerpos, restos de armaduras desvencijadas
- Desde luego - Dijo Tae tras escupir sobre el filo de su hacha mirando a Raudo - Si esto es una trampa de la adivina, no podría haberlo hecho mejor
- ¿De esa dama de grandes dones? ¡Imposible! Yo más bien creo - Apuntilló Raudo con su daga en ristre - Que el tal Harlin olvidó recoger sus mascotas
Para sorpresa de sus dos compañeros que se preparaban para el combate, Awender, sin atisbo alguno de la frialdad y templanza que le caracterizaba se lanzó precipitadamente a por las criaturas mientras gritaba
- ¡Os mataré a todos! - gritaba furibundo mientras cargaba contra ellos- ¡Acabaré con vosotros y con toda vuestra estirpe! ¡Malditos seáis por todos los dioses, Trollkins del averno!
- ¡Shhhh! - Le reprendió Awender para que hablara más bajo - Nos han encontrado - Para enfatizar sus palabras se oyeron a lo lejos unos gruñidos y aullidos de bestias de rastreo - Recoged todo el equipo y subidlo al árbol. Yo eliminaré nuestro rastro.
Mientas el acomodado brivón de Raudo y Tae, el curtido Señor de la Costa, se apresuraban a recoger en mitad de la noche el improvisado campamento tal y como les indicaba Awender, éste esparcía por el lecho de hojas que habían usado para dormir, un extracto de flores que confundiría al fino olfato de las bestias.
Encaramados al árbol permanecieron agazapados, arma en ristre y en total silencio. Sin mover un músculo esperaron que el peligro pasara de largo. Los tres compañeros de fatigas tenían ahora tiempo para observarse con detenimiento, de escudriñar cada arruga de sus rostros. Al hacerlo, aunque ninguno diría nada, se vieron viejos por primera vez. Viejos y cansados. Hacía apenas un mes que se habían reencontrado. Había sido en una vieja taberna del Paso, dónde tantas aventuras habían comenzado. Quince años hacía de la anterior vez que partieran de ahí.
Pero en la taberna sus rostros no se veían tan demacrados como ahora. Las tres semanas de penurias en los caminos habían caído sobre ellos como una losa. El único que mantenía su porte era Awender, que a diferencia de los otros dos, tras abandonar la vida de aventuras, nunca llegó a acomodarse.
Los bestiales gruñidos se acercaron, hasta estar justo debajo de ellos. Sin duda se trataba de una patrulla de rastreo. Estaba formada por diez deformes orcoides y tres fieras bestias, mezcla de lobo y hiena, con afilados dientes y ojos rojizos. Aunque en la oscuridad de la noche no podían ver las marcas, sabían que pertenecían a la Garra Roja, al igual que las otras quince patrullas con las que se habían cruzado desde que abandonaron el Lago del Cielo Caído.
Durante unos minutos las aberrantes bestias, desconcertadas por el truco de Awender, caminaron en círculos alrededor del árbol, rastreando la zona una y otra vez. Olian el aire, gruñian y emitian alaridos de rabia al ver que su presa no estaba dónde esperaban. El cabecilla de los semiorcos golpeó con su lanza a la bestia mientras le gritaba en la lengua oscura que siguiera adelante. Ésta se revolvió y con sus sangrantes fauces atrapó la lanza y la hizo añicos.
Hubiera sido muy fácil en ese momento acabar con la pequeña compañía de de orcos. Casi ni se hubieran dado cuenta de que estaban siendo atacados hasta caer moribundos al suelo, pero no lo hicieron. En vez de eso esperaron en silencio a que la patrulla se alejara siguiendo su camino. Después de acabar con una decena de estas patrullas, habían dedicido que era mejor esquivarlas, despistarlas, o lo que fuera. No parecía que por muchos medio orcos que mataran, éstos se fueran a acabar. Lo único que lograban matándolos era señalar su posición.
Al fin, cuando la patrulla de la Garra Roja se alejó lo suficientemente, nuestros héroes bajaron del árbol. Ya estaba casi amaneciendo. Y mientras se frotaban sus entumecidos músculos, decidían el siguiente paso a dar.
- Ya no estoy para estos trotes, ¡Que dolor de espalda! - Se quejaba Raudo mientras se sacudía su ajado jubón - ¡Qué pena de ropajes bordados a mano! Con lo que había prosperado en estos años y aquí estoy, otra vez, como al principio. Harapiento, en mitad de ninguna parte, malcomiendo y maldurmiendo ¡Necesito mi cama de plumón de oca!
- ¡Ja ja ja! ¡No te quejes tanto, Raudo! - Bramó divertido Tae a la vez que daba una sonora y contundente palmada en la espalda de Raudo - Nadie ha muerto por no dormir en un colchón de plumas. Yo una vez, en mitad de de una tormenta, tuve que dormir sobre el mástil de una barcaza y aquí estoy de una pieza y fuerte como un toro.
- ¡Basta ya!- Awender cortó las chanzas de golpe - Les hemos despistado, pero no tenemos mucho tiempo hasta que nos vuelvan a encontrar. Tenemos que decidir donde vamos - Tras tres semanas vagando por caminos, templos y ciudades, seguían como al principio, sin pista alguna de Darrell. Ni la fiable red de contactos de jóvenes aprendices de Awender, ni los bucaneros locales de agua dulce que el Señor de la Costa controlaba, ni tan siquiera las numerosas y bellas amigas de Raudo que poblaban los castillos, parecían saber nada sobre el paradero de Darrell.
- Al norte - Se apresuró a decir Raudo - Hacia la Mina de las Cien Estaciones.
- Vamos Raudo - Tae se rascaba la calva sin saber si la propuesta de Raudo iba en serio - ¡Tienes que estar de broma!
- Veo que hay cosas que la edad no cambia - Intervino Awender. Su semblante era serio. Parecía tallado en roca, sin resquicio por entre dónde leer qué pensaba realmente -¿Me estás diciendo que vas a fiarte de la adivinación de esa adivina de feria? ¿De esa embaucadora?
- Sabía que buscábamos algo - Replicó Raudo - Consultó sus cartas y lo vio. Vio todo, nuestro reencuentro en la taberna, la canción, la ausencia de nuestro amigo, y lo más importante, vio que debíamos que ir a la Mina de las Cien Estaciones para dar con él.
- Dijo lo que querías oir para conseguir de tí unas cuantas monedas y un buen revolcón sin tener que volverte a ver en un tiempo - En la máscara de Awender apareció una sonrisa burlona, como la de un padre arengando a su hijo - Raudo, te he visto hacer ese mismo truco cientos de veces. Si no fuera por esas grandes - Awender hizo una breve pausa para pensar bien sus palabras antes de decirlas - por esas grandes miradas que te echaba, ni tan siquiera te hubieras parado a hablar con ella. Casi ni le oías mientras te echaba sus buenaventuras de poca monta. Sólo te interesaba una adivinación, la del color de sus enaguas
- Bueno, ¿Y? - Zanjó el embaucador - ¿Tenéis acaso una idea mejor? ¡Eh! No tenemos nada, así que, iremos al norte, es la única pista o como queráis llamarla que tenemos de nuestro amigo.
Aunque no había sido su mejor argumento, era cierto lo que decía Raudo. No tenían ninguna otra pista. Así que sorprendentemente les convenció para encaminarse al norte, seguiendo la senda a través de la cordillera de laColumna del Dragón, que les llevaría a la Mina de las Cien Estaciones.
La mina y su historia era bien conocida en todo el Paso del Dragón. Hacía un centenar de años que llegó a la región Harlin, el Rey Enano, con una gran comitiva. Al parecer le había sido confiado el secreto de la ubicación del Tesoro de la Montaña. Siguiendo sus indicaciones la compañía enana comenzó a cavar en busca de los tesoros de la montaña. Día y noche, durante cien estaciones cavaron los enanos sus túneles. Pero nada encontraron. Ni oro, ni plata o cobre. Ni tan siquiera hierro o tan solo carbón. Nada. Sólo rocas y más rocas. El día que se cumplieron las 100 estaciones desde que comenzaran a cavar, Harlin dio la orden de abandonar la mina y cerrar para siempre la que, desde entonces, es conocida como laMina de las Cien Estaciones.
Al ocaso del segundo día de camino a través la Columna del Dragón decidieron parar en un refugio natural a pasar la noche. Pese al abrigo de las rocas, Awender estaba inquieto y era incapaz de conciliar el sueño. Salió del pequeño refugio en busca de la conversación de Tae, que realizaba la primera guardia. Lo encontró sentado sobre una roca mirando al cielo.
- ¿Qué es lo que buscas en las estrellas, bucanero? - Preguntó al ver el gesto serio de Tae - ¿Acaso buscas en los astros a nuestro amigo?
- No. No puedo ver a nuestro amigo en ellos. Pero sí que veo malos presagios ¿Ves esa estrella de allí, la que brilla entre el Cofre del Embaucador y la Espada de Yelm? - Sin dejarle contestar, Tae prosiguió - La llaman el Camino del Corsario. Cuenta una leyenda de mi gremio, que siguiéndola curante 40 días y 40 noches a través del océano, llegas a laCasa del Dios del Mar. No sé si será cierto. Lo que sí te puedo decir es que durante milenios la hemos usado para saber dónde esta el Este. Ayer - prosiguió Tae señalando a otro punto en el cielo - la estrella estaba allí, a casi 30 sextantes de distancia de dónde está hoy.
- Y... - Por un segundo la fría mente de Awender no entendió lo que Tae le decía - ¿Eso que significa?
- Significa amigo - Enfatizó Tae mientras la luna se reflejaba en su brillante clava - Que los dioses se están moviendo, se preparan para algo. Y eso sólo puede significar problemas.
Al amanecer del cuarto día la pequeña comitiva encontró, escondida entre rocas, una de las entradas a la mina. Estaba cegada con maderas y piedras. Sobre ellas un cartel, escrito en la lengua de los Enanos, avisaba que la mina y todo lo que se encontrara en su interior era propiedad de Harlin, el Rey Enano.
- Parece que la leyenda es cierta - Dijo sorprendido Tae mientras comenzaba a arrancar con sus propias manos los tablones - Quizás encontremos piezas de oro dentro
- Si es cierta la leyenda - Awender retiraba las piedras que cegaban la entrada - poco oro vamos a encontrar.
- ¡Eh chicos! - Raudo se había colado por el pequeño resquicio que sus compañeros habían creado - Hay una vagoneta, creo que si nos apretamos cabremos todos. Y tiene unas runas grabadas que [...]
- ¡No las toques! - Le gritó Awender. El eco de su voz volvió a ellos segundos más tarde desde el interior de la mina, ¡No las toques! - ¡No sabemos para qué son, debemos examinarlas!
- ¡Ups! ¡Rápido! ¡Se ha puesto en marcha sola! - Bueno, sola, sola no se había puesto en marcha, pensó Raudo mientras veía las runas que acababa de tocar brillar - ¡Saltad dentro, corred!
Antes de que la vagoneta cogiera una velocidad vertiginosa, los tres lograron subirse a ella. Ni Awender ni Tae pudieron sermonear a Raudo, estaban demasiado ocupados gritando y agarrándose como podían a la vagoneta, que avanzaba a una velocidad infernal. La vagoneta cambiaba en un abrir y cerrar de ojos de vías entre terrible crujidos. A cada segundo que pasaba, se adentraban más y más en el intrincado laberinto de túneles que era la mina.
Por fin, tras varios minutos de nauseas y mareos, la vagoneta comenzó a aminorar su velocidad, hasta que se detuvo. Casi al unísono, los tres echaron mano a su pedernal para encender una antorcha. Al hacerlo vieron que se encontraban en una gigantesca sala tallada en la roca. A ella llegaban por todos lados cientos de túneles idénticos al que les había llevado hasta allí. Algunos salían del suelo a través de agujeros, otros salían de las paredes e incluso del techo. Las vías se entrecruzaban, creando una tela de araña de raíles.
- ¡Por todos los mares Raudo, lo has vuelto a hacer! - Tae negaba con la cabeza mientras echaba mano a su hacha - ¡No sé como lo haces, pero siempre la lias!
La sala parecía ser un intercambiador, una especie de nudo para unir todos los tramos de la mina. Con las antorchas encendidas intentaron adivinar el camino a seguir para dar con su amigo desaparecido, pero únicamente veían túneles y más túneles por todos lados. Túneles con sus sombras. Sombras que se movían de un lado para otro al mover las antorchas. Sombras que se escondían aprovechando los recovecos de las llamas sobre la roca. Sombras que para un ojo entrenado, no eran las provocadas por el titilar de una antorcha.
Awender, inesperadamente, lanzó su antorcha a varios metros de él. Al hacerlo quedaron a la vista una docena de pequeñas y feas criaturas que al ser descubiertas comenzaron a emitir una especie de mezcla entre risa y chillidos. En los brazos portaban huesos afilados a modo de cuchillos y viejas hojas oxidadas de espada y sobre sus amorfos cuerpos, restos de armaduras desvencijadas
- Desde luego - Dijo Tae tras escupir sobre el filo de su hacha mirando a Raudo - Si esto es una trampa de la adivina, no podría haberlo hecho mejor
- ¿De esa dama de grandes dones? ¡Imposible! Yo más bien creo - Apuntilló Raudo con su daga en ristre - Que el tal Harlin olvidó recoger sus mascotas
Para sorpresa de sus dos compañeros que se preparaban para el combate, Awender, sin atisbo alguno de la frialdad y templanza que le caracterizaba se lanzó precipitadamente a por las criaturas mientras gritaba
- ¡Os mataré a todos! - gritaba furibundo mientras cargaba contra ellos- ¡Acabaré con vosotros y con toda vuestra estirpe! ¡Malditos seáis por todos los dioses, Trollkins del averno!
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