Tae y Raudo se miraban atónitos mientras Awender cargaba de manera devastadora contra los salvajes Trollkins. Y aunque sabían perfectamente por qué el asesino sentía ese odio hacia esas pequeñas criaturas no por ello se sorprendieron menos de su reacción. Y es que habían pasado ya 15 años desde que un mazazo afortunado de uno de estos seres había hecho que en ciertos círculos al guerrero se le conociera con el pseudónimo de Awebo. Cierto que este círculo era muy pequeño. Poca gente le había llamado alguna vez así y había sobrevivido para contarlo, entre esos elegidos estaban Raudo y Tae.
Awender, con sus dos espadas bastardas, golpeaba y mataba a un Trollkin tras otro. En la mano derecha tenía a “dazzle” llamada así por su fulgor azul, regalo del rey Astharot de Murallas Blancas por la ayuda que Awender y sus compañeros brindaron a la ciudad en el asedio de los lunares; En la mano izquierda, negra como el carbón, blandía “stone”. El rey enano Talor se la obsequió cuando Awender salvó a su hijo Tolin de las garras del gigante Lokar. Apenas un par de minutos después de haber comenzado el combate, la veintena de Trollkins yacían a los pies, alrededor del guerrero. Tae y Raudo le observaban, sin decir nada. A veces el asesino daba miedo. Ahora era una de esas veces.
Los tres amigos miraban la decena de túneles que partían de esa zona de la mina.
Raudo rompió el silencio. – Ya hemos hecho lo fácil. ¿Y ahora qué?-.
De nuevo el incomodo silencio entre los tres héroes.
-¡Por todos los krakens y bestias de los mares eternos!- La espera y la incertidumbre hastiaban a un hombre tan acostumbrado a la acción como Tae. - La adivina, además de sus “encantos”, ¡te podía haber enseñado como recorrer esta mina!
- Bueno, al menos conseguí algo de información. ¡No sabes el peligro que corrí para conseguir esta información!- Raudo se defendía encarándose con Tae.
- ¿Peligro?-. -¿Qué tiene de peligroso el catre de una dama?-.
- ¡Una dama insatisfecha es más peligrosa que un lobo doriano en época de celo!-.
A Tae le había tocado un punto sensible. -¿Me crees incapaz de satisfacer a una mujer?. – Tae llevó su mano a la empuñadura de su hacha.
-¡No!, ¡solo digo que es más fácil encontrar en este laberinto un descendiente de Harlin que tu encuentres la forma de agasajar correctamente a una cortesana!-.
- Maldito perolliano…-
-¡Basta ya!- Awender cortó la discusión en seco.
- Laberinto – murmuraba, mirando los túneles. Y tras unos segundos de pausa expresó su conclusión en voz alta. – Los enanos no construirían un laberinto en esta mina sin indicar el camino a los suyos-.- ¡Repartiros!, ¡buscad alguna indicación o símbolo en la entrada de algún túnel!-
Así durante varias horas, en la semioscuridad, a la única luz que daba el fuego de las antorchas, los tres héroes buscaron en la entrada de cada túnel, una indicación, una señal, una runa que les indicara el camino correcto. Y fue Raudo, quien, a la entrada de uno de los túneles, descubrió una pequeña losa que tenía grabado el escudo de la familia del señor de la mina: el pico y la mina
El túnel que habían escogido era bajo y angosto. Lleno de giros y recovecos. Sus sentidos les engañaban y en cada curva creían ver u oír una sombra que les seguía o les esperaba oculta. Pero nadie, ni nada había tras las piedras. Al cabo de unas horas no sabían cuantas leguas habían recorrido, si subían o bajaban, si la galería se dirigía al este o al oeste. La sombra de la desesperación y la duda alcanzó a los tres compañeros. Se empezaron a plantear, incluso, dar media vuelta. Pero entonces, llegaron al final de la gruta.
El camino se abría a una amplia y alta sala ocupada casi en su totalidad por un lago subterráneo. Desde lo alto de un risco, los tres compañeros observaban la caverna. En las alturas, la mina se abría al exterior por pequeños agujeros. Pequeños rayos de sol atravesaban la piedra reflejándose en el agua que como un espejo devolvía y amplificaba los rayos iluminando la cueva. El agua era clara y brillante como la plata. Incluso podían ver el fondo. Y en lo profundo de esas tranquilas aguas reposaban grandes burbujas.
Tae tenía buena vista y pronto se dio cuenta de lo que contenían.
-¡Que me claven del palo mayor si ese no es Darrell!- Tae señalaba hacia una de las burbujas.
El hechicero se encontraba inmóvil, con los ojos cerrados. Estaba inconsciente, o peor, muerto. Pero no era el único conocido. En otra burbuja, también en ese estado, estaba la adivina con la que Raudo tan bien había intimado. Y junto a ellos una decena de personas más que no reconocían.
-¡Tenemos que sacarlo de ahí!-Raudo se quitaba el jubón roto y sucio por las semanas de huida (durante los años siguientes defendería que su intención principal era sacar a Darrell y no a la adivina, sus amigos nunca lo terminaron de creer) cuando Awender le puso la mano evitando que saltara al agua.
De pronto la caverna empezó a temblar y pequeñas burbujas empezaron a salir de las profundidades del lago. Primero una decenas, luego incontables.
[Continuará]
No hay comentarios:
Publicar un comentario