Ante el infranqueable muro que era el Mayor, Emil Carter recordó la
parte mala de trabajar en el ejército estadounidense. Estar en el
ejército. Aunque normalmente nadie se metía en su trabajo, cuando
alguien lo hacía, era hasta el fondo.
Carter, británico de nacimiento, se había alistado hacía unos diez años
en el ejército de los EE.UU. Era la única empresa con recursos
ilimitados en su área, Cybertecnología e Interfaces Hombre-Máquina de
última generación. Sólo ellos y quizás alguna turbia empresa china
tenían recursos suficientes para avanzar más allá de los límites
establecidos, para trabajar con la Caja de Turing.
En su momento tuvo que elegir entre aguantar de vez en cuando la férrea
disciplina militar al más puro estilo la chaqueta metálica o emigrar a
China. La elección fue fácil, no le gustaban los rollitos de primavera.
- Oficial Científico Carter, no se lo repetiré más veces. ¡Si le digo
que no va a entrar ahí, es que no va a entrar ahí! ¿Comprende? –
alterado, el Mayor Andrew parecía aún más grande y amenazante de lo que
ya era de por sí - ¡Ni usted ni nadie va a entrar ahí! No estamos
dialogando Oficial, ¿se entera? Como superior le estoy dando una orden
directa que espero acate o tendré que tomar medidas ¿lo entiende?
- Pero podemos… – el leve fruncimiento del ceño del Mayor fue
suficiente para que Carter cediera y aceptara entrar en el juego de la
jerarquía – Señor, seguimos teniendo tres hombres dentro, señor. Sugiero
una operación de rescate para sacarlos antes de que lo que ha acabado
con Santana acabe con ellos.
- No
- Señor – Carter probaba uno a uno con todas las tácticas de dialogo
posible, como si se enfrentara a una firme cerradura con un desordenado
manojo de llaves - Señor, son mis hombres. Entiéndalo, no puedo dejarles
ahí. Los monitores indican que están en coma, si no los sacamos morirán
en breve. Y tampoco podemos traerlos de vuelta en este estado, tenemos
que entrar a rescatarles
- No
Carter estaba a punto de estallar. No aguantaba la terquedad del Mayor.
Tenía que entrar, tenía que salvar a sus chicos, decía para sus
adentros. Aunque lo cierto es que había una razón más. Podían ser los
delirios de un moribundo, pero las últimas palabras de Santana le
habían hecho sentir una curiosidad que no sentía desde las prácticas en
el instituto con el señor Milles, su profesor de ciencias, una
curiosidad que había perdido por este proyecto hacía ya demasiado
tiempo.
Emil conocía bien Santana. Había leído su historial, repasado sus
pruebas psicotécnicas. Después de cada misión estudiaba con asombro las
gráficas que monitorizaban su cerebro dentro de la Caja. Superaba como
nadie las pruebas de estrés a las que sometían periódicamente a los
reclutas. Su mente estaba perfectamente estructurada. Podría estar
muriéndose, pero aún en ese estado, estaba seguro que Santana sabría
diferenciar la realidad de una alucinación traumática. Si decía que
había visto a Dios, es que había visto a Dios y eso hacía al doctor
sentirse de nuevo vivo.
- Señor – Dijo por fin el doctor Carter reponiéndose del último no del Mayor – Si no va a dejar entrar a nadie, ¿qué propone?
El Mayor Andrew miró durante unos segundos a los ojos de Carter antes de
lanzar la frase que sabía sería lapidaria para el doctor.
- Apagar la Caja. No espero que lo comprenda doctor, pero ese trasto es demasiado peligroso
La expresión de Carter estaba entre la incredulidad y el más profundo terror
- ¿Apagar la caja? ¡No puede hacer eso! ¡Por Dios Andrew, si la
apagas no volverá nunca a encenderse! ¡Su cerebro olvidará todo lo que
ha aprendido! – Carter estaba fuera de sí, encarándose al Mayor, cuando
comenzó a vocear – ¡¿Siete años de trabajo a la basura?! ¡No! ¡No dejaré
que la apague, no precisamente ahora! ¡Me da igual que me acusen de
deserción, de traición, no se lo permitiré!
- Carter – Andrew puso una mano sobre el hombro del doctor de modo
conciliador – Tranquilícese. No puede impedirlo, la orden ya ha sido
dada. El protocolo de apagado fue activado hace diez minutos.
Cómo si hubiera estado coordinado, en ese momento las alarmas comenzaron
de nuevo a sonar en todo el complejo. Una voz metálica anunciaba que
la Caja había sido aislada de la red. Se había completado la primera
fase del apagado.
Durante casi tres horas Carter estuvo en una esquina de la sala de
control, sentado en el suelo. Sólo, en silencio. Ese día había perdido a
cuatro de sus hombres, a cuatro de sus amigos. Estaba a punto de perder
el trabajo de sus últimos siete años y casi lo más importante para él,
había perdido el último e inesperado atisbo de curiosidad científica que
no sabía que le quedaba. Intentado no pensar ni sentir nada, miraba con
ojos vacíos como una veintena de hombres acataban sin titubear las
órdenes del Mayor.
La Caja poco a poco iba muriendo. Por fin, de las miles de luces que
normalmente parpadeaban en su interior, no quedó ninguna encendida. La
Caja había sido apagada.
Una voz grave y seca le sacó de su ensimismamiento, era el Mayor Andrew
- De verdad que lo siento doctor - Andrew parecía sincero - Eran órdenes de arriba.
Carter no respondió. Simplemente miró al Mayor un instante y luego
volvió a hundir la cabeza entre las piernas. Y así se hubiera quedado si
no fuera por el atronador sonido que inundó una vez más la sala. En
mitad de la noche, el sonido de la alarma era aún más atronador.
- ¡Control, informe! – Bramó el Mayor sorprendido ante la nueva incidencia
- Señor – La contestación vino de la mano de Mark, que estaba
monitorizando los sistemas – Sé que es una locura, pero según las
lecturas, la Caja se ha vuelto a encender.
Al oír la respuesta, Carter se puso en pie de un salto. Sus ojos fueron
directos a la Caja, que volvía a brillar. Lo hacía con una intensidad
que nunca antes había visto. Las luces de la sala titilaron y se
apagaron durante un instante. Carter sintió una leve vibración bajo sus
zapatos. Eran los generadores de emergencia poniéndose en funcionamiento
- Señor – continuó diciendo Mark – Se ha disparado el consumo de
energía. La Caja está consumiendo toda la energía de la base, los
generadores han arrancado automáticamente para mantener los sistemas
vitales en funcionamiento. Señor, no sabemos que está pasando dentro de
la Caja, algo nos impide entrar en el sistema de monitorización. Lo
único que sabemos con seguridad es que está funcionando de nuevo.
- Avisen al Pentágono. Declare situación de emergencia – el Mayor
gritaba por encima del taladrante sonido de la alarma – ¡Y apaguen de
una vez la dichosa alarma!
Carter buscó las enormes pantallas de plasma dónde se mostraban los
códigos de la Caja. Los miraba con detenimiento, pero era incapaz de
comprenderlos. Eran códigos nuevos, completamente extraños para él.
- Señor – Se trataba de uno de los hombres que había traído el Mayor
que se acercaba corriendo a su posición – Nos informan desde fuera que
se está sobrecargando la red eléctrica. Si no paramos el consumo de la
Caja, en breve dejaremos sin suministro a la mitad del estado.
- ¿He dicho alguna vez lo que odio a ese maldito cacharro? - El Mayor
negaba con la cabeza lamentando la situación - Soldado, desconecte la
alimentación de toda la base ¡De inmediato!
Carter miraba cómo el joven soldado se acercaba a una de las consolas.
Mientras introducía las claves de seguridad, algo le decía que no era
buena idea. Echó un nuevo vistazo a las pantallas... y entonces volvió a
ver los códigos - ¡No puede ser! - Gritó desesperadamente - ¡No! ¡Detente! - pero ya era tarde.
De la Caja salió una especie de tentáculo de energía que golpeó y abrazó
brutalmente al soldado, haciendole volar por la sala durante un
instante. Cuando lo dejó caer, el cuerpo estaba completamente calcinado.
Tras el fulminante ataque, la sala de control se quedó en penumbra,
únicamente iluminada por las luces parpadeantes de la Caja. A oscuras y
en silencio. Todos lo que habían contemplado la situación estaban en
estado de shock. Sin poder asimilar lo que acababan de ver. Sólo se
podía oír la carne del soldado creptar y a lo lejos unos ritmicos pasos
acercándose.
Era una figura alta la que bajaba ruidosamente por las pobremente
iluminadas escaleras del centro de control. Se trataba de un hombre de
edad indeterminada, con gafas de pasta y un bigote bien recortado.
Vestía como de otra época, con gabardina oscura, paraguas y un elegante
sombrero de ala ancha.
- Buenas noches caballeros. Creo que necesitan mi ayuda – Dijo el extraño a la audiencia – Soy Turing, Walter Louis Turing.
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