viernes, 25 de octubre de 2013

El Pacto de las Viudas - Segunda Parte





A medida que Caroline arrastraba al corpulento individuo por el salón, el humo y el fuego seguían devorando el lujoso ático de Madison, el cual se hacía más y más pequeño a cada segundo. Entre las llamas, el esfuerzo y el dolor de cabeza Caroline se estaba poniendo de muy mal humor.

“Maldito payaso. Venga muévete ya…”

Pero el payaso estaba despertando y un empujón le hizo perder el equilibrio. En la caída casi derribó la mesa en la que tres días antes había estado tomando champagne con Madison. Todo estaba tal y como lo habían dejado: las copas a medio terminar y la botella abierta en la cubitera. Ahora con tanto fuego alrededor en lugar de burbujas de la botella salía un humo que parecía venido del mismísimo infierno.

El hombre tiraba de su muñeca mientras intentaba levantarse. Caroline le lanzó uno de sus zapatos, luego el otro. Ninguno consiguió impresionar al aun aturdido payaso. Hicieron falta tres golpes de botella de Champagne en la cabeza para que ésta se rompiera y el hombre disfrazado volviera a caer inconsciente al suelo.

No estaba precisamente orgullosa de desperdiciar así un champagne tan bueno... pero tras los últimos días se le había puesto de un humor de perros. Y con razón.

CUARENTA Y OCHO HORAS ANTES

- ¿Y dices que en el restaurante empezó a oír voces? - Caroline charlaba con Hugh en los pasillos del Hospital Jefferson, donde habían pasado la noche.
- Si. Cuando el maître estaba explicándonos la carta de postres se levantó sin más y se fue del restaurante. Cuando salí a por ella estaba en un callejón gritando como una loca. Que si el maître era uno de ellos, que como no había captado las indirectas... “¿Es que no le oyes? No para de decir rata. Rata por aquí, rata por allá… ¡es uno de ellos!”. “¿Quieres calmarte? No ha dicho rata sino nata. Fresas con NATA…”.
- ¿Y quién no se habría puesto así en su situación? Con toda esa historia de las viudas en la cabeza yo no habría sido capaz ni de ir a la cena. Y lo de la rata ya fue el colmo.
- Lo sé ¿Cómo puede haber gente así por el mundo? Es de locos… Si tan solo hubiera podido ver a quien puso ahí a ese bicho le habría dado una buena lección.
- Seguro que le habrías quitado las ganas de volver. Oye, me gustaría poder ayudarla. No me gusta la pinta de todo este asunto. Lo de la rata muerta es de muy mal gusto.
- Ya me he encargado de eso. - A pesar de la penumbra del pasillo del hospital los ojos de Hugh brillaban como dos gotas de agua. – Ahora lo importante es que se recupere. Los médicos dijeron que es solo un ataque de ansiedad pero... ¡de verdad que nunca la había visto tan fuera de sí! Sólo espero que lo que le hayan dado pase pronto el efecto. –

Dicho y hecho: como en un cuento de hadas, el deseo del arquitecto no se hizo esperar.

- Ya está despertando. – Suzanne asomó la cabeza a través de la puerta haciendo un gesto con la mano a Caroline para que ella y Hugh pasaran a la habitación.

Caroline se acercó a la camilla de un salto y, entre el susto y el efecto de las pastillas, la cara de Madison le recordó a uno de esos cuadros abstractos del ático.

- ¿Cómo estas preciosa? Te traigo chocolate de ese que te gusta. Te habría traído más si Suzanne no se lo hubiera comido casi todo. – Suzanne, lejos de sentirse culpable, respondió con esa mirada de gatito degollado que tan bien le funcionaba.
- ¿Cómo estas cariño? – Hugh se acercó a la camilla y cogió suavemente la mano de Madison. - Menudo susto nos has dado. – En el momento oportuno saco un ramo enorme de rosas y los ojos de Madison se abrieron como platos.
- ¿Para mí? Gracias. Sólo ha sido un mareo. De verdad, ya estoy bien, ya puedo… – Madison se irguió de la camilla como un gato – ¡El desfile! ¿Qué hora es? ¡el desfile! –
- No te preocupes por eso. El desfile es dentro de dos días. Ahora tienes que descansar y seguir actuando como si nada de esto hubiera pasado. No podemos levantar sospechas. - Por cómo giró la cabeza, Caroline supo que Madison no estaba nada de acuerdo con eso de descansar.
- ¿Cómo quieres que descanse? ¡Qué horror de día llevo! Dime por favor que me pude despedir de los Wilkinson...
- Ya lo hice yo por los dos. De verdad que no te tienes que preocupar de nada. Me inventé una buena excusa y pagué la cena. Eso les bastó a esos dos viejos aburridos.
- Pssssssssss…. – Madison pidió silencio a su novio. - Por Dios... ¡no les llames así, Hugh! Que son los organizadores. ¡Que escándalo! ¿Y si les da por cancelar el desfile? – Madison se llevó el ramo de rosas a la cara en parte intentando ocultar su apuro y en parte para olerlas mejor. - ¿Y la rata? ¿Qué hiciste con ella?
- La rata ya estará en el plato de algún restaurante de Chinatown. Eso… y mira, toda esta historia de las viudas… Podemos hacerlo. Juntos. Si sólo es dinero lo que quieren esas… furcias, pues allá que se lo lleven a su tumba. Tu nueva colección va a ser un bombazo. Saldremos adelante. – fue escuchando a Hugh cuando Caroline tuvo claro que, de todos los momentos en los que había envidiado a Madison, éste era sin duda el peor de ellos.
- Ay cariño, pero ¿y si vuelven? ¿y si no nos dejan en paz? – Madison seguía hablando con el ramo de flores en la cara. Una lástima, pensó Caroline, ya que se perdió como Hugh casi rompió el botón de su camisa de tanto sacar pecho.
- Para que te quedes más tranquila he contratado un guardaespaldas privado. Me lo recomienda la firma. Es de total confianza. El señor Silvestri será muy discreto y se encargará de que no te pase nada cuando yo no esté. – Madison dejó caer levemente el ramo para ver a Hugh con sus propios ojos.
- ¿Qué? ¿Un guardaespaldas? – Por un momento la piedra que tenia Hugh por pecho volvió al sitio del que provenía. – Hugh. Mi vida… - El abrazo de Madison casi lo dejó sin aliento – Eres el mejor. – Suzanne y Caroline se miraron entusiasmadas e hicieron ese sonidito de amigas emocionadas tan particular.

Casi de forma premeditada y sin ningún tipo de aviso la puerta se abrió y entró en la habitación un cincuentón con barbas y bastón que los miró de forma desafiante, rompiendo toda la magia del momento. Todos gritaron del susto y Madison lanzó las rosas al aire.

- ¿Pero usted quién es? – Preguntó Hugh mientras cogía las manos de Madison para calmarla.
- Madonna ¿Y tú? Oh, es coña. No se preocupen por mí. Es que he oído la palabra bombones y no he podido resistirme. – El hombre se acercó cojeando a la mesa y señaló la caja con un dedo - ¿Puedo?
- Claro que no, ¿quien se ha creído que es?
- Demasiado tarde. – Con un gesto infantil metió la mano en la caja de bombones y se llevó un puñado a la boca. Con la misma arrogancia con la cual entró se dirigió a la puerta. A pesar de estar huyendo encontró tiempo de lanzar unas últimas palabras. – Por cierto a tu novia le darán el alta mañana a primera hora. La doctora Kadie vendrá ahora a contárselo en persona. Gracias por los bombones. – La habitación entera no podía salir de su asombro.
- Qué asco de hombre. - Madison, Hugh y Caroline se repugnaron con aquel individuo. Suzanne más bien lo contrario.

Por su parte, la doctora Kadie llegó poco después, confirmando el alta de Madison para la mañana siguiente y pidiendo disculpas por el comportamiento de su singular medico. Dicho eso, todos se organizaron para hacer los respectivos turnos en el hospital. Caroline se pidió el primero. Quería aprovechar lo antes posible para estar a solas con Madison y poder ponerse al fin al día. Había muchos detalles del desfile que se moría por conocer. Caroline sabía que no había pastillas para dormir capaces de interponerse entre dos amigas y una buena sesión de preguntas, tan solo que esta vez Madison fue más rápida.

-Ahora sí que no te escapas. – Madison levantó los hombros y empezó a dar palmaditas con las manos. - Quiero que me lo cuentes todo… y no omitas ningún detalle. – Caroline acercó su silla al borde de la camilla y empezó su confesión de buena amiga.
- Como te iba diciendo, creo que he encontrado a… -

Toc, toc, toc…

El ruido de la puerta interrumpió por segunda vez la frase de Caroline, la cual dedicó una sonrisa a Madison como diciendo “No me lo puedo creer”.

- Ahora no Silvestri. Estamos ocupadas. – Madison no podía esperar más y cogió de las manos a su amiga. – Venga cuéntamelo ya. ¿Es guapo?

Toc, toc, toc…

Como si de un deja-vu se tratara la puerta se abrió de forma tan brusca como cuando entró aquel extraño médico cojo. Pero esta vez fue un hombre corpulento con rostro muy serio el que se presentó ante ellas.

- Buenas noches. Tengo dos mensajes para la señoría Welsh. El primero es que el señor Silvestri está… descansando. – A medida que se aproximaba, proyectaba su gigantesca sombra sobre Caroline. – El segundo es privado. Por favor señorita, si hace el favor de dejarnos solos...

Coraline miro al desconocido de arriba a abajo.

- ¡No voy a dejarla sola con un ogro como tú! – Sus palabras provocaron la risa del hombre y el asombro de Madison.
- ¡Caroline! No creo que cabrearle sea una buena idea. – El hombre, vestido my elegantemente, hizo un gesto de aprobación con la cabeza ante el comentario de Madison y señaló con su mano la dirección en la que se encontraba la puerta.
- Una cosa más señorita, si se le ocurre pedir ayuda... mataré a su amiga aquí mismo.

Fue un tortazo de esos que dejan un severo dolor en la palma. Pero Caroline no iba a permitir que el escozor de su mano estropeara una salida más que digna. “Esta por la rata”. Cerró la puerta y miró el pasillo de arriba abajo. No había ni rastro de Silvestri, así que no tuvo más remedio que esperar a que ese “mensajero” terminara de hablar. En realidad la espera no fue de más de un minuto pero a Caroline se le hizo eterna. Si ella estaba sufriendo no se quiera imaginar por lo que estaría pasando Madison a solas con ese bruto. Cuando la puerta volvió a abrirse Caroline lanzó una mirada inquisitiva al hombre de negro como diciendo “La próxima te dolerá de verdad”. Cuando entró en la habitación Madison estaba sollozando como un bebé.

- Ya pasó cariño. – Caroline la abrazó con todas sus fuerzas. – Ya se fue ese animal. – Si la seguía abrazando quizás conseguiría que se olvidara de todo por un segundo. - ¿Que te ha dicho? ¿Quieres que llame a la policía? Si hay algo que necesites, dinero o lo que sea ya sabes que puedes contar conmigo.
- No. No es dinero lo que quieren… - del disgusto, Madison apenas podía soltar dos palabras seguidas. - quieren… - Caroline notó como la fuerza de Madison volvió por unos segundos – Quieren a Hugh.

Y de la rabia, ambas rompieron a llorar.

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