viernes, 21 de febrero de 2014

El Fiero Paso del Dragón - Herencia - Segunda Parte

- ¿Lyra? ¡Lyra! ¿¡Dónde te has metido!?
La chillona voz de Lady Tessa amenazaba con hacer trizas las delicadas copas de cristal que Lyra colocaba con calculado mimo sobre cada una de las mesas.
- Ah, estás ahí… - Lady Tessa caminó hasta ella, con paso rápido y vigoroso. Sus cabellos tintados de un imposible blanco y recogidos en un aún más imposible tocado daban a Lady Tessa ese aspecto inhumano que tan de moda se había puesto entre la casta pudiente de Glamour. Sus ojos azules, que podían ser tan amables como fríos, se clavaron en los de la criada de gesto pacífico.
- Mi señora, estaba terminando de supervisar las copas para el convite. He tenido que sacar las de cristal de Myr, ya que las que mandó traer desde Buen Puerto aun no han…
- ¡Es igual! ¡No importa! – el tono de reproche en la voz de su ama dejó claro a Lyra que había otra cosa que la importunaba aún más - ¡Mira ésta monstruosidad!
Para ilustrar sus palabras, la joven noble retiró parte de la tela que envolvía su cuello de cisne no sin antes mirar para ambos lados, asegurándose que no había nadie más en los jardines traseros de la mansión que pudiese ser testigo de ese "horror". Lyra, que pese a su juventud no gozaba de buena vista, afinó la mirada tratando de ver algo.
- Mi señora, no veo que…
- ¡¿Es que no lo ves, estúpida?! – con los dedos, Lady Tessa bajó un poco más la tela, dejando al descubierto un diminuto sarpullido, probablemente provocado por alguna clase de chinche. - ¡Mira que monstruosidad!
- Mi señora, es sólo una picadura… - Lyra suspiró, tratando de calmar a la joven noble de uno de sus habituales berrinches. – Apenas se ve, se lo aseguro…
- ¿Que apenas…? – dio un par de pasos hacia atrás, separándose de la criada y dedicándole una mirada que mezclaba desprecio y prepotencia a partes iguales: dos cosas a las que Lyra estaba ya más que acostumbrada. - ¡Cómo se nota que la tuya es una casta inferior! Puede que para las de tu clase, una… una abominación como ésta no importe a la hora de retozar como animales con algún bruto campesino en los establos...

Avergonzada, Lyra bajó la vista mientras Lady Tessa caminó hasta la balconada del jardín. Su mirada se desvió con un halo de ensoñación hasta una de las torres más espectaculares que destacaban entre los techos y cúpulas de Glamour.
- Pero cuando la  más codiciada de las doncellas de la casta noble de la capital va a entregar su más preciado tesoro al hombre más influyente, rico y apuesto de todo el Imperio… - dejó escapar un sincero suspiro antes de continuar. – Entonces lo mínimo que se exige a dicha doncella es una belleza perfecta. - se dio la vuelta y pasó por delante de la criada, no sin antes mirarla con renovado desdén. – Pero, ¿qué puede entender una simple criada de tales menesteres? 

Y durante un segundo, los ojos de ambas mujeres se encontraron. Las dos tenían más o menos la misma edad. De hecho, aunque Lady Tessa hubiese tenido a bien olvidarlo, lo cierto es que ambas llegaron juntas al palacio de Lord Arlyan, hacía ya más de veinte años. Por aquel entonces, aquel general veterano de mil guerras era ya lo bastante mayor como para no dejar descendencia. Y su última mujer había muerto dándole tan sólo tres varones, a cada cual más decepcionante e inútil que el anterior. Aquello lo había forzado a buscar entre los hospicios de Glamour, rebuscando entre las docenas de críos a quienes sus familias abandonaban en la calle. Críos como Tessa y Lyra. Ninguna de las dos recordaba a sus padres y aunque no eran hermanas, la amistad entre ambas era tan fuerte en aquella época que ni el enviado de Lord Arlyan tuvo el valor de separarlas. Así, ambas acabaron viviendo en el hogar de uno de los nobles más poderosos de Glamour (y todo el Imperio Lunar).

- … me has oído?
La irritante e indignada voz de Lady Tessa trajo de vuelta a Lyra de aquel viaje por el pasado.
- Sí, señora. – mintió la servicial criada, apretando los dientes.
- Muy bien… Estaré en mis aposentos - la joven noble regresó al interior del palacio, perdiéndose tras unas hermosas cortinas de color púrpura. Su voz se dejó escuchar a través de ellas al tiempo que sus pisadas se alejaban. – Que no se me moleste hasta la hora de la cena…

Lyra permaneció allí, de pié, mirando las mesas que había repartidas a lo largo y ancho del jardín. Las contempló con la amargura de saber que todo aquello bien podía haber sido suyo. La providencia las había sacado a Tessa y a ella de las calles, si. La misma providencia que hizo llegar a Lyra a su nuevo hogar padeciendo terribles fiebres. Aquella muestra de debilidad hizo pensar al anciano general que la otra chiquilla – que parecía hacer gala de mejor salud – era la idónea para convertirse en su heredera. Contra todo pronóstico, Lyra sobrevivió a las fiebres. Para entonces ya era tarde: Tessa ya había sido presentada en sociedad. Fue la propia Tessa quien impidió que Lyra fuese devuelta a las calles, convirtiéndola en su criada personal desde tan temprana edad. Con el paso de los años, esa excusa que sirvió para salvarla de las calles acabó convirtiéndose en una terrible realidad. A Lyra le costaba recordar en qué momento la amistad infantil dejó paso a la conciencia de clase de la que hacía gala Lady Tessa. Y lo cierto era que a día de hoy no quedaba absolutamente nada de la niña impetuosa, valiente y bravucona que tantas veces había protegido a Lyra en los difíciles tiempos del hospicio.

- Maldita niña mimada… - la criada dejó escapar las palabras con un rencor fermentado durante años, mirando con desprecio la delicada copa de cristal que sostenía entre los dedos. – ¡Maldita zo…!

Había alzado el brazo para estrellarla contra el suelo y dejar que su destrozo pagase su frustración y desprecio. Sin embargo fue otro sonido de cristales al romperse el que frenó el gesto de Lyra. Ésta giró la cabeza, fijando la vista en el ventanal de la tercera planta del torreón que rodeaba la propiedad. A través de la cristalera del mismo, tres figuras enzarzadas en combate cayeron a plomo. Las dos primeras, enfundadas de arriba abajo en extraños ropajes negras golpearon con dureza el suelo: sus cuerpos se quedaron ahí, tendidos inertes y con sus rostros ocultos bajo máscaras que representaban alguna clase de demonio o criatura similar.

La tercera figura fue la única en caer de pié, incorporándose sobre una de las mesas del convite nupcial tras destrozar con su aterrizaje parte de la carisima colección de copas de Myr de Lady Tessa. Aunque pintaba canas y su gesto jovial estaba marcado por más arrugas de las que le hubiera gustado lucir, la sonrisa de aquel hombre consiguió sonrojar a la sorprendida criada.

-  Señorita… - Raudo hizo un gesto a modo de caballeroso saludo dedicado a la atónita Lyra.
-  ¿Qui… quien…?
Nadie que quiera dañarte.

La segunda voz venía de su espalda: una voz marcada por la edad, con un leve tono de cansancio. A través de la misma puerta por la que antes había salido Lady Tessa, un misterioso encapuchado la contemplaba. Una nubecilla de vapor terminaba aun de desvanecerse, dejando claro que el conjuro de invisibilidad había dejado de funcionar. Vestía una túnica de color gris y sus rasgos permanecían ocultos bajo la amplia capucha.
- ¿Qué…? – Lyra esgrimió la copa ante él como si con ella pudiese hacer frente al misterioso anciano. - ¿Qué queréis?
- No queremos hacerte daño… - Darrell dio un par de pasos hacia delante. – Sólo hemos venido por Lady Tessa.

Lyra miró a los dos en silencio. Mientras, Raudo recogía sus dagas, clavadas ambas en el pecho de cada uno de los dos asesinos enmascarados; el hechicero comenzó a invocar mentalmente un sencillo conjuro de persuasión. Prefería reservar energías para más adelante pero no tenía tiempo para lidiar con una fiel sirvienta que estuviese dispuesta a dar la vida por su...

- La encontraréis en la segunda planta, tercera cámara a la izquierda. – Lyra señaló con la copa uno de los muros que rodeaban la suntuosa propiedad. – Si os dais prisa puedo despejaros la salida del servicio. – Lyra se encaminó en esa dirección bajo la atónita mirada de Darrell. – Distraeré a los guardias el tiempo suficiente como para que podáis escapar con ella. - La criada los miró por última vez antes de desaparecer tras una esquina. - ¿A qué esperáis? ¡Daos prisa!

Darrell aun estaba petrificado por la súbita respuesta de la joven criada cuando notó la mano de Raudo en su hombro.
- Hay que reconocerlo, Darrell… - comentó orgulloso. – Ni mi sonrisa más encantadora puede convencerlas tan rápido como tus conjuros.
- Sí… mis conjuros… - comentó Darrell, convencido de no haber terminado el conjuro de sugestión.
- Aunque también hay que reconocer que la hija de Awender no se lo ha montado nada mal… - el embaucador paseó la vista a través de los suntuosos jardines y la hermosa fachada del palacio, dejando escapar un silbido de aprobación. – Si llego a saber que el viejo Awender tenía una hija tan bien posicionada…
- Vamos. – Darrell sentía que Raudo empezaba a sentir demasiada curiosidad sobre la joven que habían venido a buscar. Y el veterano hechicero bien sabía que ciertos aspectos de la historia de la chica era mejor mantenerlos ocultos de momento. – Tenemos que darnos prisa. – señaló los cuerpos de los asesinos enmascarados. – Si ellos nos han encontrado, puede que también hayan dado con Tae.
- No te preocupes por él… Esa posada donde lo dejamos vigilando el cuerpo de Awender es mi refugio de confianza aquí en Glamour. - comentó Raudo desenfadado. – ¡Te apuesto medio lunar de oro a que ese buey de mar anda ahora saqueando mi reserva de licor y cantando viejas canciones pirata!

***

- ¡Muere, aborto de ballenato bicéfalo! – gritó Tae con el rostro desencajado por la furia homicida. - ¡¡MUERE!!

El hacha se hundió por enésima vez en el torso de su adversario. El golpe fue suficiente como para que aquella mole de dos metros quince se desplomase hacia atrás. El sonido de los muebles rompiéndose, el choque del metal y los gritos de furia y dolor habían dejado paso al más mortal de los silencios. Jadeante, Tae miró a su alrededor, cortando el aire con su hacha. La luz del exterior se filtraba por las pequeñas grietas que dejaban al descubierto los tablones que cegaban las ventanas de la taberna. Una propiedad que Raudo había adquirido hacía años y que le servía de cubil para cierta clase de transacciones… de dudosa naturaleza. Ahora, el interior del local – que gozaba de todas las comodidades – hacía justicia al aspecto abandonado y destrozado que mostraba su fachada.

Pero Tae no pensaba en lo que diría su viejo camarada al ver su refugio en semejante estado. Se limitó a reír, triunfante, sintiendo el calor de la sangre que manchaba su semblante.

- ¡¿Nadie más?! – miró desafiante a su alrededor: dos docenas de cuerpos se apilaban en el suelo, todos ellos enfundados en esas ropas de color negro y luciendo aquellas máscaras demoníacas. - ¿¡Ninguno de vosotros – escoria bastarda de una sirena podrida – quiere un segundo asalto!? – Tae aguardó unos segundos a que los cadáveres diesen su improbable respuesta. - ¡JA! Ya me lo imaginaba…

Con paso torpe, sintiendo el dolor de las múltiples heridas que aquellos misteriosos asesinos habían conseguido infligirle, Tae caminó hasta la barra. Apartó uno de los cuerpos, dejándolo caer pesadamente al suelo, y estiró el brazo lleno de cortes para alcanzar la botella que había dejado a la mitad: probablemente aquellos asaltantes habían entrado por el tejado, lo que les había permitido pillarlo por sorpresa antes de poder dar cuenta de aquel delicioso licor de miel.

 A vuestra salud… - Tae llevó la botella a sus labios, dispuesto a saciar la inevitable sed que siempre seguía a la batalla. 
Pero algo le detuvo.
Había alguien a su espalda. ¿Un último atacante? Probablemente. Tae contuvo la respiración un solo segundo y, con un movimiento brusco, se dispuso a sacrificar su último trago con tal de estrellar la botella contra la cabeza de su asaltante. Pero su brazo apenas había realizado la mitad del viaje antes que una mano firme y fuerte lo tomase por la muñeca, frenándolo en seco. Un movimiento rápido de un arte marcial - que Tae no hubiese podido pronunciar incluso de haberlo reconocido - acabó por voltearlo y dejarlo en el suelo, tendido sobre él.

- ¡Por todas las…! – los dedos de Tae llegaron a tocar la empuñadura de su hacha… pero se detuvieron al reconocer las facciones de su atacante. - ¿A… Awender?

Estaba de pie, delante de él. Envuelto en la penumbra de la taberna, podían verse pequeños fulgores de luz rojiza que emanaban de las grietas que cubrían la piel del viejo asesino… como si alguna clase de fuerza estuviese creciendo dentro de su maltrecho cuerpo.

- No… puedo… dejar… que lo hagáis…
- ¿Qué…?

Pero Tae no llegaría a terminar la pregunta: un brusco golpe, tan certero como eficaz, dejó fuera de combate al viejo señor de los piratas.

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