Todos me están mirando, y si supieran la verdad, se asquearían de sus propios pensamientos. Aun me estoy preguntando que hago aquí, no conozco a ninguno de los presentes, y debería, porque lo normal, es que una persona conozca a su familia.
Todo esto es muy raro, porque nunca había tenido ni una sola llamada de Alberto, hasta hace un mes. Estaba en una situación muy precaria, y según sus propias palabras, pensaba que podía morir en cualquier momento, y lo mas escabroso de todo, es que estaba seguro que no seria la enfermedad quien acabaría con su vida. Sin embargo los presentes en la lectura del testamento, parecen realmente afectados por el fallecimiento de Alberto.
Por un lado esta Don Antonio, que se ha presentado como el notario, el mejor amigo de Alberto, y se nota. Cada paso en la lectura del testamento, va acompañado de una voz temblorosa y afectada. A su derecha se encuentra Begonia, su hermana. No deja de llorar ni un solo momento, es el arquetipo de viuda, enfundada en su traje negro, su pañuelo negro, y que no deja de recordarte durante todo el tiempo, lo bueno y amable que era el fallecido. Sin embargo no era su mujer, sino su hermana, aunque nadie lo diría.
Y por ultimo Luis de Somosagua, su hijo, la verdad que así vestido, con su traje italiano, y su porte elegante, nadie le podría negar que es hijo de Alberto. Sin duda Luis también ha heredado la perspicacia y la desconfianza de su padre, porque desde que entre por la puerta, no me ha quitado ojo de encima ni un segundo. En su mirada noto una mezcla entre sorpresa y desconcierto, aunque mas de una vez también me ha analizado de arriba a abajo, lo que significa otra cosa menos elegante desde luego.
Poco a poco Don Antonio fue desenmarañando los entresijos del testamento, una pensión vitalicia para Doña Begonia, un palacete y el titulo de duque para su hijo, y el resto de las posesiones para mi. Al menos había cumplido su promesa, treinta años sin saber nada de el, pero cumplió su palabra. Aun así esta el tema de que Alberto me llamara antes de morir, de que seguramente uno de los aquí presente acabo con su vida. Si supiera quien fue, le daría la mano, pese a todo lo que me ha legado, se porto como un cabrón, me llamo solo cuando me necesitaba, sin pensar todos los años que hemos pasado necesitandolo a el, sin interesarse ni una sola vez por nadie.
Estaba dispuesta a marcharme y olvidar todo esto, cuando Doña Begonia, se me acerco y me paro al umbral de la puerta, me dijo que quien soy, porque su hermano me ha dado casi todas sus tierras, que si era una ramera. Mantuve el silencio, sabia que hablaba su dolor. Estuve a punto de decirle que era la verdadera madre de Luis de Somosagua, y de contarle como fue concebido en un ritual de orgía y sangre hace ya casi treinta años. Pero preferí guardar silencio, y sonreir, ante la ignorancia de esa pobre mujer. Solo le dije una palabra. Anuket. Parece que loentendió a la primera, porque de repente se puso blanca, los ojos se le salían de las órbitas, y la boca abierta parecía llegarle al suelo. Durante unos segundos, mientras me marchaba, Doña Begonia no dejaba de mirarme, lo había comprendido a la primera. Y jamas volvería a increparme nada. JAMAS.
[continuará]
Todo esto es muy raro, porque nunca había tenido ni una sola llamada de Alberto, hasta hace un mes. Estaba en una situación muy precaria, y según sus propias palabras, pensaba que podía morir en cualquier momento, y lo mas escabroso de todo, es que estaba seguro que no seria la enfermedad quien acabaría con su vida. Sin embargo los presentes en la lectura del testamento, parecen realmente afectados por el fallecimiento de Alberto.
Por un lado esta Don Antonio, que se ha presentado como el notario, el mejor amigo de Alberto, y se nota. Cada paso en la lectura del testamento, va acompañado de una voz temblorosa y afectada. A su derecha se encuentra Begonia, su hermana. No deja de llorar ni un solo momento, es el arquetipo de viuda, enfundada en su traje negro, su pañuelo negro, y que no deja de recordarte durante todo el tiempo, lo bueno y amable que era el fallecido. Sin embargo no era su mujer, sino su hermana, aunque nadie lo diría.
Y por ultimo Luis de Somosagua, su hijo, la verdad que así vestido, con su traje italiano, y su porte elegante, nadie le podría negar que es hijo de Alberto. Sin duda Luis también ha heredado la perspicacia y la desconfianza de su padre, porque desde que entre por la puerta, no me ha quitado ojo de encima ni un segundo. En su mirada noto una mezcla entre sorpresa y desconcierto, aunque mas de una vez también me ha analizado de arriba a abajo, lo que significa otra cosa menos elegante desde luego.
Poco a poco Don Antonio fue desenmarañando los entresijos del testamento, una pensión vitalicia para Doña Begonia, un palacete y el titulo de duque para su hijo, y el resto de las posesiones para mi. Al menos había cumplido su promesa, treinta años sin saber nada de el, pero cumplió su palabra. Aun así esta el tema de que Alberto me llamara antes de morir, de que seguramente uno de los aquí presente acabo con su vida. Si supiera quien fue, le daría la mano, pese a todo lo que me ha legado, se porto como un cabrón, me llamo solo cuando me necesitaba, sin pensar todos los años que hemos pasado necesitandolo a el, sin interesarse ni una sola vez por nadie.
Estaba dispuesta a marcharme y olvidar todo esto, cuando Doña Begonia, se me acerco y me paro al umbral de la puerta, me dijo que quien soy, porque su hermano me ha dado casi todas sus tierras, que si era una ramera. Mantuve el silencio, sabia que hablaba su dolor. Estuve a punto de decirle que era la verdadera madre de Luis de Somosagua, y de contarle como fue concebido en un ritual de orgía y sangre hace ya casi treinta años. Pero preferí guardar silencio, y sonreir, ante la ignorancia de esa pobre mujer. Solo le dije una palabra. Anuket. Parece que loentendió a la primera, porque de repente se puso blanca, los ojos se le salían de las órbitas, y la boca abierta parecía llegarle al suelo. Durante unos segundos, mientras me marchaba, Doña Begonia no dejaba de mirarme, lo había comprendido a la primera. Y jamas volvería a increparme nada. JAMAS.
[continuará]
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