Lian se encontraba atrapado por mano de metal que
le sostenía el tobillo y tiraba su cuerpo hacia lo que él pensaba que era una
duna. Le costaba mantener el equilibrio mientras le seguían gritando. - ¡Ayuda!
– Su mente daba vueltas mientras intentaba comprender. Cuando empezó a trazar
una explicación lógica fue el momento en el que tropezó y cayó al suelo. -
¡Ayuda! – Por un instante la mano se soltó y rápidamente volvió a agarrar a
Lian por un brazo. Esta vez el empujón consiguió arrastrarle hasta que se
encontró cara a cara con una escultórica cabeza de metal que le miraba y le
hablaba. Estaba completamente asombrado con la roja mirada del ser, que era
inexpresiva pero aun así perfectamente capaz de arquear sus cejas y mover los
labios. - ¡Ayuda! –
Medio segundo más tarde Lian, muerto de miedo,
rompió el silencio con una sonrisa forzada en la boca –Te ayudaré – La mano
metálica dejó de hacer fuerza. Lían se liberó y, aprovechando el momento,
golpeó uno de los ojos de la criatura y salió huyendo duna abajo rumbo a su
torre. El hombre de metal, que casi doblaba en altura a Lían, no tuvo más que
alargar el brazo para agarrarlo de nuevo, esta vez por un hombro.
– Tengo la pierna atrapada. Dijiste que me ayudarías. – Lian se resignó
– Esta bien, maldita sea. Te ayudaré. Pero suéltame. –
– Tengo la pierna atrapada. Dijiste que me ayudarías. – Lian se resignó
– Esta bien, maldita sea. Te ayudaré. Pero suéltame. –
Una vez libre Lian se acercó a la pierna enterrada
y apartó los pedazos que la cubrían. Estaba pegada a una enorme y pesada caja
de metal, como si un fuerte golpe las hubiera unido.
– Mi hermano mayor cayó por la duna y nos aplastó a
todos. – Explicó el hombre de metal.
Lian, todavía buscando la manera de salir de allí
sin ser atrapado, intentó agarrar el tobillo y tirar de él para liberar la
pierna, pero el esfuerzo fue inútil. Haciendo uso de su ingenio y sus
conocimientos colocó las pocas brasas que quedaban bajo la pierna del hombre de
metal, calentándola. Se ayudó también de unas placas bien orientadas hacia el
sol, que ayudaron a ablandar la gran masa metálica que atrapaba la pierna del
enorme humanoide. Lian descubrió que el calor no era suficiente, así que cogió
algunas piezas más, las enrosco a otras piezas de aquí y otras de allá y sin
mucha dificultad fabricó un gran cuello metálico que se doblaba como una
catapulta. Con el arco suficiente el cuello podría golpear con más fuerza y
cortar la inútil pierna. Y así fue como sucedió. Después de varios golpes el
acero se partió y consiguió liberar a la criatura.
El hombre metálico se levantó. Era un ser realmente
asombrosos. Lían nunca había visto nada semejante. Quiso salir corriendo, pero
también preguntarle un montón de cosas que le rondaban por la cabeza. Se le
ocurrió que podía aprovechar para hacer algún dibujo en su cuaderno, pero se
dio cuenta de que lo había perdido en la caída. Aun desorientado miró y buscó a
su alrededor, para encontrarlo donde menos se lo esperaba. El hombre metálico
había subido la duna y lo estaba examinando con sus enormes manos, abriendo las
hojas con delicadeza, sin estropearlas. - Menuda máquina era aquella -. Pensó
Lian.
- ¿Qué son estas cosas que has dibujado? – Preguntó
la máquina mientras unos rayos rojos salían de sus ojos recorriendo las
primeras páginas.
– Peces ¿Y quién eres tu si se puede saber? – La
respuesta fue seca y directa.
– No tengo nombre. ¿Qué son estas cosas que has
dibujado? – Esta vez la página que estaba abierta mostraba algunos dibujos
recientes.
– Un Globo – Le dijo Lian.
– Ah… interesante. - El hombre de metal ojeó todo el cuaderno,
incluso la parte que estaba en blanco, y se lo devolvió a Lian.
– Gracias. Esto… Hace demasiado calor aquí para
esta anciana piel. “No tengo nombre”, creo que ahora sería justo que tú
hicieras algo por mí –
El hombre metálico ayudó Lian a resguardarse del
calor bajo un gran caparazón similar a un torso humano, solo que mucho más
grande. La temperatura dentro del caparazón era asombrosamente baja. Lian no
podía encontrar una explicación terrenal. La cara exterior del torso estaba
ardiendo por los rayos del sol pero por dentro estaba frio.
– Es de mi hermano mayor, el que nos aplastó. Los
otros también son mis hermanos – Explicó el hombre sin nombre. – Por dentro
somos así, fríos. Incluso cuando morimos. Hay quien lo llama espíritu. -
Lian estaba lleno de preguntas y a medida que
hablaban algunas fueron encontraron respuestas, como por ejemplo la asombrosa
historia del hombre de metal. Su padre se llamaba Vott y había sido creado por
El Herreno. Como todo el mundo sabe El Herreno tenía seis hermanos, que se
hacían llamar Los Siete. Todos ellos creaban criaturas a su antojo y voluntad.
Algunas les era útiles y tenían el derecho a quedarse eternamente en Ghalas, la
gran morada de Los Siete, pero otras no tenían ese privilegio y eran
abandonadas a su suerte, más allá del desierto, prohibiéndoles retornar. Mucho
antes de que naciera su padre, tras el Incidente de Mecona, los mortales
creyeron poder sustituir a los Dioses e inventaron la Alquimia para crear vida.
Estuvieron cerca de conseguirlo pero, fieles a su naturaleza, algunos grupos
empezaron a trabajar en lo que se llamaría Magia Negra. Su trabajo se basaba en
encerrar las almas en frascos y objetos en lugar de darles libertad. Fue El
Culto a los Siete el que persiguió este tipo de acción, relegándola al olvido y
asegurándose de que nadie, absolutamente nadie, llegara a la Zona Prohibida.
Para ello El Culto creó unos guerreros de tierra que protegieran el paso de
cualquier intruso y La Diosa Fragua esparció el calor necesario para crear un
mortífero desierto tras ellos.
– Todo el que habita en Ghalas sabe esto. - Apuntó el hombre de metal.
Las leyes de los dioses son claras. Está escrito en
La Palabra de Los Siete los hechos que acontecieron al mundo y el camino que
los hombres deben seguir para redimirse de sus pecados. Quien contradice La
Palabra sufre como castigo una muerte lenta y dolorosa, y Lian, tan prudente él
y a la vez tan curioso, estaba yendo más allá. Su compañero de metal le estaba
revelando información peligrosa, si, y el calor le impedía salir de donde
estaba, volver a su querida torre y olvidarlo todo. Lían el Viejo iba a pagar
caro ese conocimiento.
El anciano escribía nerviosamente cada detalle en
su cuaderno. Páginas y páginas de nerviosismo narrando cómo Vott había sido
desterrado tras cometer el pecado de la reproducción.
– Todo el que habita en Ghalas sabe que sólo Los
Siete tienen el derecho a reproducirse.-
Volvió a apuntar el hombre de metal.
Era de esperar que el comportamiento inesperado de
Vott enfureciera al Herrero. Hubo una pelea y tanto Vott como sus hijos
perdieron. No solo fueron desterrados. El Herrero, además, como castigo,
envenenó sus pieles metálicas con arsénico y los envió al desierto, donde
acabarían consumiéndose y desapareciendo.
- Como puedes ver nuestras pieles están corroídas y
se rompen fácilmente. – Dijo el humanoide arqueando sus cejas.
Pero lo más fascinante y peligroso de la historia
estaba aún por llegar. Al verse desterrados y condenados a desaparecer Vott y
sus hijos emprendieron un último viaje más allá de la Zona Prohibida. Como acto
de venganza revelarían a todas las criaturas que una vez fueron abandonadas por
Los Siete los secretos que sus creadores guardan recelosamente en Ghalas. Otorgarles
el don y la libertad que solo El Conocimiento puede dar. La Gran Respuesta.
- La Gran Respuesta… - Lian estaba asustado. Ahora
que sabía todo aquello se sentía diminuto, débil y enojado. – Eres un pedazo de
metal idiota. Yo mejor me vuelvo a mi torre ¿Quién va a creer semejante
historia de un viejo? – El hombre de metal se giró y a pesar de su calma las
palabras cayeron pesadas como un globo hecho de piedra.
– Te lo mostraré. –
El gigante salió al exterior y tras un momento
apareció arrastrando la caja a la que estaba unido por la pierna. La puso
enfrente de Lian y lentamente la fue abriendo. Lian se asomó para ver qué
contenía en su interior. El fondo estaba cubierto de flores y fruta con un
aroma que hacía la boca agua. Sobre ellas había un instrumento musical de
cuerda alargado del que emanaba un aura celestial que flotaba a su alrededor.
Al contemplarla el aura fue gestando una forma con apariencia de una mujer, que
le dirigió la palabra. – Saludos noble anciano. Mi nombre es Saraswati,
defensora de las nobles artes de la Música, el Arte y el Conocimiento. También
soy madre de las bellas criaturas que ves a tu alrededor. – su voz sonaba como
una dulce melodía. Una dulce melodía que había escuchado hace poco mientras
flotaba en su Globo. Una melodía que sonaba y sonaba, que se le metió en la
cabeza y cuya letra iba grabando un mensaje en su cabeza. Un mensaje
contundente que tambaleaba el conocimiento de Lian a base de capas de más y más
conocimiento. Lían aprendió con cada capa hasta que ya no pudo más, llegando a
comprender cosas que nunca antes se había planteado. Ahora que Lian conocía La
Gran Respuesta pudo expirar todo el aliento contenido y gritar:
– ¡Que La Muerte se lleve a Los Siete! ¡Es
increíble! ¡¡Increíble!! -
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