domingo, 26 de febrero de 2012

Las últimas palabras de Pablo Hoyosa - Segunda parte.



Por desgracia, Pedro no le dió la oportunidad de llevar a cabo el castigo que el capitán había pensado para él ya que apenas un día despues de ser encerrado el cocinero consiguió salir de su celda y huir del barco con el único bote salvavidas disponible. 
Una semana tardaron en llegar a las últimas coordenadas que Finn Redhouse y Gregory Demave habían calculado. Y no fue un trayecto fácil. Desde que la pequeña Paz apareció en el barco nada más que desgracias cayeron sobre “el pescador”. Aparte de la ya mencionada pérdida de víveres los marineros sufrieron  terribles tormentas durante dos días con sus noches que tuvieron como consecuencia la pérdida de uno de los marinos que cayó por la borda y la avería de uno de los motores (el cual tardaron otro día en arreglar). La otra desgracia fue la muerte de Elena Sambenito, la chica que cuidó al bebe la primera noche. Este último suceso volvió a encender los ánimos de la tripulación que entendía que el bebe era el origen de todas esas maldiciones. El capitán Hoyosa tuvo que usar de nuevo todas sus dotes diplomáticas y prometió que una vez que examinaran las últimas coordenadas calculadas volverían a tierra donde dejarían a la niña. Además, duplicó el sueldo de todos los marineros.

Finn Redhouse era un pequeño y rubio americano, llevaba gafas redondas y era muy meticuloso en su trabajo. Gregory Demave, era francés. Alto, moreno y corpulento. Nadie en el barco sabía mucho de estos dos extranjeros y como se habían conocido. Solo sabían que habían ofrecido una buena suma de dinero por el transporte.

Como era habitual cada vez que llegaban a un punto a investigar Finn y Gregory se tiraban todo un día para preparar el módulo de inmersión. La cápsula, en la que a duras penas cabía una persona, era un pequeño submarino con un pequeño motor y que tenía autonomía para realizar una inmersión durante varias horas. Finn y Gregory estaban en contacto permanente mediante una radio de onda corta, de esta forma Finn narraba todas las cosas relevante que iba viendo en el fondo marino y que Gregory grababa para la posterior publicación y demostración del descubrimiento.

Durante el primer día de búsqueda nada relevante ocurrió. Gregory tomaba buenas notas de las indicaciones de Finn e iba anotando en un mapa las zona que este iba cubriendo.
El día siguiente no fue tan tranquilo. Todo iba como era habitual hasta que la conexión por radio se interrumpió. En principio esto no preocupó a Gregory ya que de vez en cuando pasaba. Era posible que Finn hubiera penetrado en una cueva o se hubiera alejado demasiado y estuviera fuera del alcance de la radio. Según habían acordado en estos casos, el protocolo a seguir era volver inmediatamente a una zona de conexión de radio. Pero pasaron los minutos y las horas y Finn no retomaba el contacto ni volvía al barco. 

Durante toda la noche Gregory y el capitán Hoyosa hicieron guardia. Con potente focos iluminaron la noche del pacífico y cada dos horas lanzaban una bengala con el objetivo de que si Finn emergía perdido pudiera encontrar el barco. 

Pero no fue hasta bien entrado el dia siguiente que el pequeño submarino ascendía de nuevo a la superficie. Rápidamente lo engancharon y subieron al barco. Cuando abrieron la compuerta vieron a un Finninconsciente y completamente blanco. Con los ojos abiertos. Seguía respirando pero era el único sintoma que lo identificaba como vivo. Rápidamente, fue llevado a su camarote y puesto al cuidado del médico del barco. Pero poco se podía hacer por él.

Según averiguó Gregory más tarde el submarino había regresado mediante el piloto automático a unas coordenadas prefijadas (en este caso las del barco) cuando el ordenador de a bordo detectó que las reservas de aire empezaban a escasear.

Horas mas tardes, ya de noche, todos los tripulantes del barco dormían y el  silencio reinaba en todas partes. Pablo Hoyosa venía de la cocina cuando vió la puerta de su camarote entreabierta. De un saltó y pegando un grito entró en la sala para asustar al intruso pero no había nadie. Y lo que era peor, la cuna donde la pequeña Paz debería estar, estaba vacía. Rápidamente salió de la habitación y subió a cubierta. Allí vio como una figura andaba hacia la baranda. Pablo dió un grito de alto y la figura se detuvo y se dio la vuelta.

Finn Redhouse con la piel pálida y los ojos en blanco sujetaba en brazo al bebé que dormía plácidamente. - La quieren - susurró Finn. La voz del americano era como un viento helado que se te metía hasta las entrañas. Pablo apenas podía moverse. Finn dió unos pasos atrás y se zambulló en el agua junto a la niña. Cuando Pablo pudo moverse  y mirar por la borda ya no había rastro ni de la niña ni de Finn.

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